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The hour.

Iniciado por ferdinand, Octubre 04, 2011, 03:47:28 PM

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I. La sabidurí­a.


Pobres sabios. Nunca hubo tanto necio al servicio de la sabidurí­a. Jamás se utilizaron tantos kilómetros y kilómetros de vendas, tanto mejunje para tan poca momia. Tanto sabio, tanto manejador de sustrato, tanta luz... para la plantucha irrigada con energí­as renovables. La idiotez siempre es renovable. La idotez es el móvil perfecto. La idiotez es la nueva sabidurí­a, plena de gigas, colorida, sonora... un desierto inflado con la huella del reciente diluvio. Los sabios pasean como escarabajos sin antenas, pero nunca consiguen ver llover. El diluvio seco es la sabidurí­a. Los sabios patean los granos de arena, trabajosamente, y se dicen procacidades cientí­ficas con la boca seca. Mañana lloverá. Hoy no llueve. Ayer, quizás.

A veces pasa una serpiente. Pero lleva su distintivo bien visible: lo último que mordió fue realismo mágico. Respect.

Tómese un meteorólogo al azar. Podrí­a decirse que es sabio. Tiene rango de sabidurí­a. El meteorólogo habla, el desierto escucha. Algo en su nombre recuerda vagamente al lenguaje. Un meteorólogo es un sabio del azar. Habla y apuesta, y, en fin, muestra su sabidurí­a..... Pero, sobre todo, habla.

La sabidurí­a, hoy, es hablar. El que habla es sabio.



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#1
II. El habla.

El lenguaje ha quedado reducido a cí­rculos especializados de toda í­ndole. El lenguaje es un ente vetusto. El lenguaje ha dejado de tener conexión con la realidad. Incluso los lenguajes más estructurados y lógicos están alcanzado el lí­mite del lenguaje, esto es, su capacidad para conectar con la realidad, su capacidad para explicar la realidad, su capacidad para definir la realidad, su capacidad para ser la realidad. "Una partí­cula ha hecho ésto. ¡Miren lo que ha hecho!" Queremos ver lo que ha hecho. Pero el lenguaje, fuera de los tubos, ya ha dejado de resultar. La realidad rí­e tranquila, como el pastor, diez riscos más arriba, mientras el turista ávido de conocimiento boquea exhausto y echa de menos estar al nivel del mar. Lo que vemos es la clásica imagen que vale más que mil palabras pero que no ha terminado jamás de necesitar siquiera doscientas. ¿Qué habí­a? Unos enanitos cantando. Y detalles congelados.

¿Qué es ver? ¿Qué hay que ver? ¿Qué vemos? ¿Qué hemos visto? ¿Qué vamos a ver? La respuesta es "nada". No se ve nada sin lenguaje. Y si el lenguaje está muerto, entonces no vemos nada, no hay que ver nada, no hemos visto nada, y nada vamos a ver. El lenguaje es un cementerio de imágenes. Y durante la visión sostenida de la sucesión de tumbas, los visitantes recurren al habla. El verbalismo de los ciegos.

Tendemos dramáticamente hacia el silencio. Por el camino, hablamos. Entonces conocemos y mostramos nuestro conocimiento. "Ahora voy", "ahora vengo". En el camino, el agujero. El lenguaje no puede referirse nunca al presente. El habla se refiere a la imagen. El habla conecta con la realidad del instante. Por tanto la realidad es el habla. Simple. Sabia. Instantánea. Hay que hablar para ser. Hoy hay que utilizar el habla, no el lenguaje, para hacerse entender. Y prescindiendo de todas las formas, callar, y ceder al acto. Ésto. O ser imagen. Imagen parlante, como un cuento moderno.

Todos los lenguajes son todas las hablas, necesitadas de imágenes y realidad, necesitadas de mundos, de espacios y de tiempos. Pero el lenguaje ha cerrado su galerí­a, y ahora expone el habla. La libertad de expresión es la libertad de sabidurí­a. La realidad está en el callejón vomitando los canapés.

Estamos en camino de encerrar también al habla hasta hacerla desaparecer. Y cuando se establezca el imperio de la imagen haremos preciosí­simos jeroglí­ficos con ellas. Porque lo que a todo ello es común, la realidad, conviene la inmediatez, la partí­cula, el instante, el lí­mite, la conectividad, el tiempo.









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