Por su interés, entrevista a Zizek

Iniciado por nuagazezo, Marzo 28, 2007, 12:08:35 AM

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NubeBlanca

#15
Este tal Zizek hace muy buenas fotos. O mecheros. O impresoras.

Merrick

Yo lo que creo es que la tipa esa que aparece con zrus está de lo más percutible.

Que sí­, que es obvio, pero nadie lo habí­a dicho aún.
SI YORAS PORKE NO PUEDES VER EL SOL LAS LAGRIMAS NO TE DEJARAN VER LAS ESTREYAS XD LOL JAJAJ WAP@ ¡¡!!!!:D

problemaS

Estupenda entrevista nuagazezo, gracias!
No vemos las cosas como son, sino como somos.

Casio


Con respecto al caracter masturbatorio de internet es evidente. A mi internet cada vez más me recuerda, en su vertiente social que es la que aquí­ ejercemos, al espejo de Alicia. Digamos que conocer realmente a quien está detrás es atravesar el espejo, algunos persiguiendo al conejo (chiste),  otros se encuentran al sombrerero loco o al gato de Chesire.

El efecto es como una succión , un viaje a la velocidad de la luz de las palabras a la presencia que no tiene las mediaciones de las relaciones sociales "clásicas".Cuando conoces a alguien normalmente el contexto, el aspecto fisico, quien te lo presentey por qué mediatiza tus expectativas, tu cálculo. Aquí­ hay una comunicación previa sin cuerpo, sin comunicación gestual, es decir inconsciente, sin grupos de pertenencia, de referencia

Los resultados pueden ser catastroficos o insulsos, exaltantes o deprimentes. Hay cierto efecto choque de onda.Lo que antes estaba lejos se acerca repentinamente.



Zizek es muy bueno. Jodido de leer , pero el esfuerzo lo merece. Sus obras son la demostración de la idiocia de Sokal sobre Lacan. Basicamente porque él si le ha leido y entendido y Sokal, no.

   

el de la 13

#19
Citar"La lógica masturbatoria rige las relaciones sociales. Es como Internet: todos conectados pero aislados"
Nació en Liubliana (Eslovenia) en 1949 y allí vive un tercio del año. Otro más reside en Buenos Aires (su mujer es argentina) y el tercero lo hace "en aviones". Venía de Moscú vía Praga y se marchaba a Santiago de Compostela para, al día siguiente, viajar a Francfort y Los Ángeles. Ha sido profesor en La Sorbona y en Harvard, pero quiere dejar las clases. En Eslovenia tiene el mejor trabajo del mundo: "No hacer nada", es decir, investigar para el Instituto de Estudios Sociales. Junto a Hegel y a Lacan, tiene a Marx entre sus referentes, pero el Gobierno comunista de Yugoslavia lo consideró poco ortodoxo para confiarle la formación de los jóvenes y lo apartó de las clases: "Además no creo en el diálogo filosófico. La filosofía siempre ha sido dogmática. En todo caso es un malentendido. Aristóteles malinterpretó a Platón, Marx a Hegel y Hegel a Kant. ¿Platón? Los de Platón son los diálogos más falsos de todos. Consisten en alguien que habla y otro que a cada rato dice: 'Por Zeus, estás es lo cierto".

Esta parte està copypasteada de otra entrevista a Zizek en el Pais de harà un añito. Que me acuerdo tal cual, con las mismas coñitas.

O eso o el tio se repite como el ajo en el desayuno.

Mierda de Pais.
Sus voy a hacer una pubricidad mala.

Casio

Cita de: zruspa en Marzo 28, 2007, 01:00:52 AM
Este tal Zizek hace muy buenas fotos. O mecheros. O impresoras.

Zruss te recomiendo a Ziz. Es por tu bien. O por tu mal, no sé.

NubeBlanca


Casio

Cita de: zruspa en Marzo 28, 2007, 12:47:05 PM
Ya, huele bien. ¿Algo en concreto?

Para enterarse de que coños decí­a Lacan, tomando el cine como  elemento de demostración,y por qué no, de cachondeo y amenidad:

·   Todo lo que usted siempre quiso saber sobre Lacan y nunca se atrevió a preguntarle a Hitchcock,
·   ¡Goza tu sí­ntoma! Jacques Lacan dentro y fuera de Hollywood.

Este , en cambio:

·   Porque no saben lo que hacen. El goce como factor polí­tico.

es un buen guiso, más denso , con una reivindicación de Hegel que deja la critica posmoderna ( Derrida)   en mal lugar, aderezado con una explicación del desastre de Irak  y los descubrimientos de Lacan aplicados a la politica y a la cultura actual.

Estos dos creo que estan muy bien pero no los he leido:

·   El frágil Absoluto o ¿por que merece la pena luchar por el legado cristiano? (desde un ateismo radical)
·   ¿Quién dijo totalitarismo? Cinco intervenciones sobre el (mal) uso de una noción, ed. Pretextos, Valencia, 2002, 299 pp.





nuagazezo

Cita de: Némesis en Marzo 28, 2007, 10:13:17 AM
Estupenda entrevista nuagazezo, gracias!

De nada, ayer se publicó el artí­culo que pego más abajo y me recordó la entrevista que salió el viernes y que me gustó más que el texto que os pego aqui dado el éxito de público y crí­tica:

TRIBUNA: SLAVOJ ZIZEK
La resurrección de los muertos vivientes
SLAVOJ ZIZEK 27/03/2007


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Después de que la confesión de Jalid Sheik Mohammed saltara a los titulares de nuestros medios de comunicación, junto a la indignación moral por la dimensión de sus crí­menes surgieron las dudas: ¿podí­amos fiarnos de su confesión? ¿Y si estaba confesando más de lo que habí­a hecho, quizá por un vano deseo de ser recordado como el gran cerebro terrorista, o porque estaba dispuesto a confesar lo que fuera con tal de que dejaran de someterle a la tabla de agua y otras "técnicas mejoradas de interrogación"?

La noticia en otros webs
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Lo que no ha llamado tanto la atención es el hecho de que, por primera vez, la tortura es algo normalizado, que se presenta y se acepta como tal. Cuando alguien se preocupa por este hecho, la respuesta más habitual y teóricamente convincente es: "¿A qué viene todo el escándalo? Lo único que están haciendo los estadounidenses es reconocer (a medias) lo que llevan haciendo todo el tiempo, no sólo ellos, sino todos los demás Estados; en todo caso, ahora tenemos menos hipocresí­a...". A esto habrí­a que replicar con una pregunta muy sencilla: "Si los altos representantes de Estados Unidos sólo tienen esa intención, ¿por qué nos lo cuentan? ¿Por qué no siguen haciendo en silencio lo mismo que hací­an hasta ahora?".

En la comunicación entre humanos, decir con franqueza una cosa que "todos sabemos" no es nunca una acción neutra. Siempre suscita esa pregunta: "Eso que cuentas, ¿por qué me lo estás diciendo ahora abiertamente?". Imaginemos a unos esposos que han llegado al acuerdo tácito de que pueden correr aventuras extramatrimoniales discretas; si, de repente, el marido le menciona a la mujer una relación que tiene en ese momento, ella se asustará, y con buenos motivos: "Si no es más que una aventura, ¿por qué me lo cuentas? ¡Tiene que ser más!". Del mismo modo, en nuestros medios académicos, una forma cortés de decir que la intervención de un colega nos ha parecido tonta y aburrida es decir: "Ha sido interesante". Si le decimos a ese colega que "ha sido aburrida y tonta", él tendrí­a todo el derecho a preguntar: "Pero si te ha parecido tonta y estúpida, ¿por qué no has dicho simplemente que era interesante?". El colega harí­a bien en pensar que esa forma de hablar quiere decir algo más, que no es sólo un comentario sobre la calidad de su trabajo, sino un ataque a su persona.

Lo mismo ocurre con el reconocimiento reciente de que se tortura. Cuando el vicepresidente Dick Cheney, en noviembre de 2005, dijo que derrotar a los terroristas significaba que "también tenemos que recurrir... digamos al lado oscuro... Gran parte de lo que hay que hacer tendrá que hacerse discretamente, sin ninguna discusión", deberí­amos haberle preguntado: "Si todo lo que quiere es torturar en secreto a unos presuntos terroristas, ¿por qué lo dice públicamente?".

¿Qué es lo que está pasando en realidad? Algunos observadores perspicaces han hecho notar que, pese a la indignación pública por el horror de los crí­menes de Mohammed, se ha oí­do hablar muy poco sobre el destino que reservan nuestras sociedades a los peores criminales, el de ser juzgados y severamente castigados. Es como si, debido a la naturaleza de sus actos (y al tipo de tratamiento al que le han sometido las autoridades estadounidenses), a Mohammed no pudiera hacérsele lo que hacemos hasta con el más despreciable asesino de niños. Como si la consecuencia de la designación de "combatientes ilegales" fuera que la lucha contra ellos también tiene que desarrollarse en una zona gris de la ley y con medios ilegales. Es decir, en la práctica, tenemos criminales "legales" e "ilegales": unos a los que hay que tratar con arreglo a los procedimientos legales (con abogados, etcétera) y otros que quedan al margen de la legalidad. ¿Somos conscientes de que, ahora, el juicio y el castigo legal a Mohammed han perdido el sentido, porque ningún tribunal que actúe dentro de nuestro sistema legal puede admitir las detenciones ilegales, las confesiones obtenidas bajo tortura ni otras cosas?

En un debate sobre los presos de Guantánamo mantenido en la cadena NBC hace unos dos años, uno de los extraños argumentos para defender que su status era aceptable desde el punto de vista ético y legal fue que "son los que

no fueron alcanzados por las bombas": dado que eran el blanco de bombardeos estadounidenses y, por azar, habí­an sobrevivido, y dado que esos bombardeos formaban parte de una operación militar legí­tima, no podí­amos condenar su suerte después de que los apresaran en combate; fuera cual fuera su situación, era mejor, menos grave, que si estuvieran muertos... Este razonamiento es más significativo de lo que pretende: coloca al preso, casi de forma literal, en la posición de muerto viviente, aquellos que ya están muertos, en cierto modo, y que son, por tanto, ejemplos de lo que el filósofo polí­tico italiano Giorgio Agamben llama homo sacer, el hombre al que se puede matar impunemente porque, ante la ley, su vida ya no cuenta. Si los presos de Guantánamo están en el espacio "entre las dos muertes", ocupando la posición de homo sacer, legalmente muertos, las autoridades estadounidenses que les dan ese trato se encuentran asimismo en una situación legal intermedia, la contrapartida al homo sacer: actúan como un poder legal pero sus actos ya no están cubiertos ni limitados por la ley, operan en un espacio vací­o sostenido por la ley pero no regulado por ella.

¿Y qué ocurre con el argumento "realista" de que la guerra contra el terrorismo es sucia, porque nos encontramos en situaciones en las que la vida de miles de personas depende de las informaciones que podamos arrancar a nuestros prisioneros? La consecuencia es que, como dice Alan Dershowitz, "no estoy a favor de la tortura, pero, si hay que tenerla, más vale que se haga con la autorización de los jueces". Ahora bien, contra este tipo de "honradez", es preferible aferrarse a la supuesta "hipocresí­a". Puedo muy bien imaginarme que en una situación concreta, enfrentado al consabido "preso que sabe algo" y que, con sus palabras, podrí­a salvar a miles, yo serí­a capaz de recurrir a la tortura; ahora bien, incluso en ese caso (o, mejor dicho, precisamente en ese caso) es absolutamente fundamental no elevar esa decisión desesperada a la categorí­a de principio universal. En la urgencia inevitable y brutal del momento, tendrí­a que actuar, sin más. Sólo de esa forma, con la incapacidad o la prohibición de transformar lo que tuviera que hacer en un principio universal, podrí­a conservar el sentimiento de culpa, la conciencia de que lo que hice es inadmisible.

En cierto sentido, quienes no defienden claramente la tortura pero la aceptan como tema legí­timo de debate son más peligrosos que los que la apoyan de forma explí­cita: el apoyo explí­cito serí­a un escándalo y, por tanto, se rechazarí­a, mientras que la mera inclusión de la tortura como asunto legí­timo nos permite coquetear con la idea y conservar una conciencia pura: "¡Por supuesto que estoy contra la tortura, pero no hace daño a nadie que hablemos de ella!". Esta legitimación de la tortura como tema de debate altera el trasfondo de las suposiciones y opciones ideológicas de manera mucho más drástica que su defensa descarada, porque transforma todo el campo de discusión, mientras que, sin ese cambio, la defensa abierta sigue siendo una opinión idiosincrásica.

La moralidad no es nunca una cuestión exclusiva de la conciencia individual; sólo puede florecer si se apoya sobre lo que Hegel llamaba "el espí­ritu objetivo" o la "sustancia de las costumbres", la serie de normas no escritas que constituyen el trasfondo de la actividad de cada individuo y nos dicen lo que es aceptable y lo que es inaceptable. Por ejemplo, una señal de progreso en nuestras sociedades es que no es necesario presentar argumentos contra la violación: todo el mundo tiene claro que la violación es algo malo, y todos sentimos que es excesivo incluso razonar en su contra. Si alguno pretendiera defender la legitimidad de la violación, serí­a triste que otro tuviera que argumentar en su contra; se descalificarí­a a sí­ mismo. Y lo mismo deberí­a ocurrir con la tortura.

Por ese motivo, las mayores ví­ctimas de la tortura reconocida públicamente somos todos nosotros, los ciudadanos a los que se nos informa. Aunque en nuestra mayorí­a sigamos oponiéndonos a ella, somos conscientes de que hemos perdido de forma irremediable una parte muy valiosa de nuestra identidad colectiva. Nos encontramos en medio de un proceso de corrupción moral: quienes están en el poder están tratando de romper una parte de nuestra columna vertebral ética, sofocar y deshacer lo que es seguramente el mayor triunfo de la civilización: el desarrollo de nuestra sensibilidad moral espontánea.

En ningún sitio se ve esto más claramente que en un detalle significativo de la publicación de las confesiones de Mohammed. Se nos ha contado que los agentes que torturaron se habí­an prestado a sufrir la tabla de agua y que sólo fueron capaces de aguantar de 10 a 15 segundos antes de estar dispuestos a confesar lo que fuera, mientras que tuvieron que admirar a Mohammed, muy a su pesar, porque aguantó dos minutos y medio, el tiempo más largo que recordaban. ¿Nos damos cuenta de que la última vez que se oyeron frases de este tipo en público fue a finales de la Edad Media, cuando la tortura era aún un espectáculo público, una forma honrosa de poner a prueba a un enemigo valioso capturado, que lograba ganarse la admiración de la muchedumbre si sabí­a soportar el dolor con dignidad?

¿Sabemos, entonces, lo que nos aguarda al final de este camino? En la quinta temporada de la serie 24, cuando se vio que el cerebro de la trama terrorista era nada menos que el presidente de Estados Unidos, muchos esperábamos a ver, ansiosos, si Jack Bauer utilizarí­a con él -"el hombre más poderoso de la Tierra", "el lí­der del mundo libre"- el método que aplica a los terroristas que no quieren divulgar un secreto que podrí­a salvar miles de vidas. ¿Torturarí­a al presidente? Por suerte, los autores no se arriesgaron a dar ese paso redentor. Pero nuestra imaginación puede volar todaví­a más lejos y hacer una pequeña propuesta, al estilo de Jonathan Swift: ¿y si el procedimiento para elegir a los candidatos a la presidencia de EE UU incluyera, entre otras cosas, la tortura pública del candidato? ¿Por ejemplo, una sesión de tabla de agua en el césped de la Casa Blanca, transmitida en directo a millones de espectadores? Sólo se clasificarí­an para optar al cargo de lí­der del mundo libre los que pudieran durar más de los dos minutos y medio de Mohammed...


Slavoj Zizek es filósofo esloveno y autor, entre otros libros, de Irak. La tetera prestada. Traducción de M. L. Rodrí­guez Tapia.


el de la 13

Un articulo de Zizek sobre Hijos de los hombres, filme del que creo que se ha hablado por aqui pero no tengo ni idea de donde, cuando ni en que terminos.

El choque de civilizaciones en el fin de la historia

En las historias de Hollywood, el magní­fico telón de fondo histórico sólo sirve de pretexto para contar “de qué trata” la pelí­cula en realidad… del viaje iniciático del héroe o de la pareja. En Impacto profundo, la ola gigante que arrasa la costa este de los Estados Unidos sirve para la reunión incestuosa de la hija con su padre; en La guerra de los mundos, la invasión de los aliení­genas sirve para que Tom Cruise reafirme su función paterna. No sucede lo mismo en Niños del hombre, en la que el telón de fondo persiste y se mantiene constante.

En una tí­pica pelí­cula de ciencia ficción de Hollywood, el mundo futuro podrá estar lleno de insólitos objetos o inventos, pero hasta los cyborgs interactúan exactamente de la misma manera que nosotros… o, más bien, como solí­amos hacerlo en los viejos melodramas y pelí­culas de acción hollywoodenses. En Niños del hombre no hay nuevos aparatos y Londres se ve tal cual es ahora, sólo que un poco más… Alfonso Cuarón ha enfatizado sus potenciales poéticos y sociales: las tonalidades grises y la decadencia de los suburbios cubiertos de basura, la omnipresencia de la video-vigilancia. La pelí­cula nos recuerda que, entre todas las cosas extrañas que podemos imaginar, la más extraña de todas es la realidad. Hegel comentó hace mucho tiempo que el retrato de una persona se le parece más que la misma persona. Niños del hombre es la ciencia ficción de nuestro propio presente.

Estamos en el año 2027. La especie humana se ha vuelto infecunda y el habitante más joven de la Tierra, nacido hace dieciocho años, acaba de morir en Buenos Aires. El Reino Unido vive en estado permanente de emergencia: brigadas antiterroristas persiguen a inmigrantes ilegales, y el poder estatal controla a la población decreciente que vegeta en un hedonismo estéril. ¿No son acaso estos dos aspectos â€"la permisividad hedonista, además de las nuevas formas de apartheid social y control basados en el miedoâ€" los que caracterizan a nuestras sociedades? Y como dijo Cuarón, en una entrevista: “En muchos relatos del futuro siempre aparece algo así­ como el Gran hermano, pero creo que ésa es una visión de la tiraní­a del siglo XX. La tiraní­a actual se presenta con nuevos disfraces… la tiraní­a del siglo XXI se llama ‘democracia’”. Esta es la razón por la que los gobernantes del mundo actual no son burócratas orwellianos totalitarios, grises y uniformados, sino administradores democráticos ilustrados y cultos, y cada uno o cada una con su propio “estilo de vida”. Cuando el protagonista de la pelí­cula visita a un viejo amigo, convertido en un ministro de alto rango, ingresamos en algo así­ como el loft de una pareja gay de clase alta de Manhattan.

Niños del Hombre no es, obviamente, una pelí­cula sobre la esterilidad como problema biológico. La infertilidad de la que trata la pelí­cula de Cuarón fue diagnosticada hace mucho por Friedrich Nietzsche, cuando percibió el modo en que la civilización occidental avanzaba en dirección al Ultimo Hombre, una criatura apática, sin grandes pasiones o compromisos. Incapaz de soñar y cansado de la vida, no asume ningún riesgo y sólo busca lo cómodo y lo seguro, una manifestación de tolerancia hacia todos. El Ultimo Hombre no quiere que le destruyan sus ilusiones: por eso “acoso” es la palabra clave en su universo mental. En su sentido más simple, el término designa hechos brutales de violación, palizas y otras formas de violencia social que, sin duda, deberí­an ser condenadas con toda severidad. Sin embargo, en el uso predominante, el significado simple se desliza en forma imperceptible hacia la condena de cualquier cercaní­a excesiva de otro ser humano real, con sus deseos, temores y placeres. Dos tópicos determinan la actitud tolerante liberal de hoy hacia los otros: el respeto hacia la otredad, la apertura hacia ella y el miedo obsesivo al hostigamiento. El otro es aceptable mientras su presencia no sea invasora, mientras el otro no sea realmente otro. La tolerancia coincide con su sentido opuesto: mi deber de ser tolerante con el otro significa efectivamente que no debo acercarme demasiado. Esto es lo que emerge cada vez más como el “derecho humano”: el derecho a no ser acosado, es decir, a mantenerse a prudente distancia de los otros.

Los juzgados de la mayorí­a de las sociedades occidentales expiden en la actualidad una orden de restricción cuando alguien demanda a otra persona por acoso. Al acosador se le puede prohibir legalmente acercarse con malas intenciones a la ví­ctima, y debe guardar una distancia de más de cien metros. Por necesaria que sea esta medida, contiene, no obstante, una suerte de defensa contra la realidad traumática del deseo del otro: ¿no resulta obvio que el despliegue abierto de la pasión por y hacia otro ser humano es terriblemente violento? La pasión, por definición, hiere a su objeto, y aun cuando el destinatario acepte gustoso ocupar ese lugar, él o ella no pueden hacerlo sin experimentar asombro o sorpresa. Ocurre incluso con la creciente prohibición de fumar. Primero, todas las oficinas fueron declaradas “libres de humo”; después, los vuelos; después, los restaurantes, los aeropuertos, los bares. Después â€"en un caso único de censura pedagógica, que nos recuerda la práctica estalinista de retocar las fotos de nomenklaturaâ€", el servicio postal de los Estados Unidos borró el cigarrillo en las estampillas que muestran la fotografí­a de Robert Johnson, el guitarrista de blues, y la de Jackson Pollock, el pintor. El objetivo de estas prohibiciones es acabar con el deleite excesivo y riesgoso del otro, personificado en el acto de encender un cigarrillo e inhalar profundamente con placer descarado. En efecto, como decí­a Jacques Lacan, después de la muerte de Dios, ya nada está permitido.

En el mercado de hoy encontramos una serie de productos despojados de su propiedad nociva: café sin cafeí­na, crema sin grasa, cerveza sin alcohol... ¿Y qué podemos decir del sexo virtual como sexo sin sexo, de la doctrina de guerra sin ví­ctimas (de nuestro lado, por supuesto) de Colin Powell como guerra sin guerra, la redefinición contemporánea de la polí­tica como el arte de la hábil administración o polí­tica sin polí­tica, mientras que temas como esposas golpeadas o violaciones incestuosas no son tomados en cuenta?

A los que pertenecemos a los paí­ses del Primer Mundo se nos hace cada vez más difí­cil siquiera imaginar una causa pública o universal por la que estarí­amos dispuestos a dar la vida. Pareciera ser, en efecto, que la grieta que separa el Primer Mundo del Tercer Mundo se ahonda cada vez más en la oposición entre llevar una vida larga y satisfactoria llena de riquezas materiales y culturales, y dedicar la vida a una causa trascendente. ¿No es éste el antagonismo entre lo que Nietzsche llama nihilismo “pasivo” y nihilismo “activo”? Nosotros, en el Oeste, somos los Ultimos Hombres, inmersos en los estúpidos placeres cotidianos, mientras que los radicales musulmanes están preparados para arriesgarlo todo, comprometidos con la lucha nihilista hasta alcanzar la autodestrucción. No sorprende, pues, que el único lugar en Niños del Hombre donde impera una extraña sensación de libertad sea Blackpool, la ciudad aislada y convertida en un campamento de refugiados administrado por sus propios habitantes, inmigrantes ilegales, y al final de la pelí­cula, bombardeados sin piedad por la fuerza aérea. Aquí­ prospera la vida, con demostraciones militares fundamentalistas del islam, pero también con actos de auténtica solidaridad… No sorprende, pues, que allí­ aparezca el niño recién nacido.

En un debate sobre la suerte de los prisioneros de Guantánamo en la NBC en 2004, uno de los argumentos más extraños a favor de la aceptabilidad ético legal de su estatuto era que “ellos fueron los que se salvaron de las bombas”. Puesto que eran el blanco de los bombardeos estadounidenses y los sobrevivieron por azar, y puesto que el bombardeo era parte de una operación militar legí­tima, no se puede censurar el hecho de que los hayan capturado después del combate… Este razonamiento dice más de lo que pretende decir: coloca al prisionero casi en forma literal en la posición de los muertos vivos, los que de algún modo ya están muertos, de manera que ahora son casos de lo que Giorgio Agamben llama Homo sacer, el que puede ser eliminado con impunidad porque, ante los ojos de la ley, su vida ya no cuenta. Si se coloca a los prisioneros de Guantánamo en el espacio “entre las dos muertes”, muertos desde el punto de vista legal aunque estén vivos biológicamente, entonces el caso de Terri Schiavo, que atrapó nuestra imaginación en marzo de 2005, plantea lo contrario. Schiavo sufrió un grave daño cerebral en 1990 y los médicos nombrados por la Corte alegaron que estaba en estado vegetativo permanente, sin esperanzas de recuperación. Mientras su marido querí­a que la desconectaran para que muriera en paz, sus padres argumentaron que podí­a mejorar. El caso llegó al nivel más alto del gobierno de los Estados Unidos, con la intervención de la Corte Suprema y el presidente. Lo absurdo de la situación, vista en un contexto más amplio, es asombroso: con millones de personas muriendo de sida y hambrunas en todo el mundo, la opinión pública en los Estados Unidos se centró en un caso particular de prolongación de una vida inerte, privada de todas las caracterí­sticas especí­ficamente humanas. Estos son los dos extremos en los que nos encontramos hoy con respecto a los derechos humanos: por un lado, los que “se salvaron de las bombas” (seres humanos despojados de sus derechos); por otro lado, un ser humano reducido a una simple vida vegetativa, pero amparada por todo el aparato estatal.

¿Qué pasó con nosotros? ¿Qué salió mal? Cualquier lector atento del Marqués de Sade no puede dejar de notar la paradoja que surge cuando la afirmación sin restricciones de la sexualidad sadeana la convierte en un ejercicio mecánico carente de auténtica pasión sensual. Y cabrí­a preguntarse si acaso no es fácilmente discernible una inversión similar en el callejón sin salida de los Últimos Hombres de hoy, los individuos “posmodernos” que rechazan las grandes metas y se dedican a sobrevivir colmados de placeres cada vez más refinados y estimulados en forma artificial. Si las antiguas sociedades jerárquicas oprimieron las fuerzas vitales a través de sus rí­gidos sistemas ideológicos y del aparato del Estado que los impusieron, las sociedades de hoy están perdiendo su vitalidad por medio de su hedonismo demasiado permisivo: todo está permitido, aunque descafeinado y despojado de su esencia.

Y lo mismo que se aplica a nuestros placeres se aplica a nuestra democracia. Esta se va convirtiendo cada vez más en una democracia descafeinada, despojada de su esencia. Hace un siglo, G.K. Chesterton escribió: “Los hombres que empiezan a luchar contra la Iglesia por el bien de la libertad y la humanidad terminan por abandonar la libertad y la humanidad, aunque sea sólo para seguir luchando contra la Iglesia”. Hoy, lo primero que tendrí­amos que añadir es que esto también es válido para los partidarios de la Iglesia: ¿cuántos defensores fanáticos de la religión comenzaron a atacar de modo feroz la cultura secular contemporánea y terminaron por abandonar la religión? ¿Y no es verdad que, de un modo estrictamente homólogo, los guerreros liberales están tan ansiosos por combatir el fundamentalismo antidemocrático que van a terminar por abandonar la libertad y la misma democracia, con el solo fin de combatir el terror? Su pasión por demostrar que el fundamentalismo no cristiano es la amenaza principal contra la libertad es tan poderosa que están dispuestos a defender la posición de que debemos limitar nuestra propia libertad, aquí­ y ahora, en nuestras sociedades supuestamente cristianas. Nuestros guerreros contra el terror están dispuestos a destruir su propio mundo democrático por odio hacia el otro musulmán. Jonathan Alter, Alan Derschowitz y Sam Harris aman tanto la dignidad humana que están dispuestos a legalizar la tortura â€"la degradación extrema de la dignidad humanaâ€" para defenderla…

La modalidad predominante de la polí­tica es la polí­tica del miedo: miedo a los inmigrantes, miedo al delito, miedo a la impí­a depravación sexual, miedo al Estado excesivo (que es la razón por la cual la Corrección Polí­tica es la forma liberal ejemplar de la polí­tica del miedo). Este tipo de polí­tica siempre confí­a en las manifestaciones aterradoras de hombres asustados. El gran acontecimiento en Europa a principios de 2006 fue que las polí­ticas antiinmigratorias empezaron a formar parte de la “tendencia principal”: por fin habí­an cortado el cordón umbilical que las relacionaba con los partidos de extrema derecha. De Francia a Alemania, de Austria a Holanda, a los principales partidos les parece aceptable insistir en el hecho de que los inmigrantes son huéspedes que deben adaptarse a los valores culturales que definen a la sociedad anfitriona. Esa es la razón por la cual “el choque de civilizaciones” es el mal de Huntington de nuestros tiempos. Como dijo Samuel Huntington, al final de la Guerra Frí­a, la “cortina de hierro de la ideologí­a” ha sido reemplazada por la “cortina de terciopelo de la cultura”. Esta visión tenebrosa puede parecer lo opuesto a la brillante perspectiva del “fin de la historia” de Francis Fukuyama bajo el aspecto de una democracia liberal global. Quizá, sin embargo, el “choque de civilizaciones” SEA “el fin de la historia”, es decir: los conflictos étnico-religiosos son la forma de lucha que le conviene al capitalismo global. En nuestra época de “pospolí­tica”, en que la administración social llevada a cabo por expertos reemplaza en forma progresiva a la polí­tica propiamente dicha, la única fuente de conflictos legí­tima que queda son las tensiones culturales (étnicas, religiosas).

Así­, pues, para citar el inolvidable lapsus freudiano del presidente Bush, no “malestimen” Niños del Hombre: la última pelí­cula de Cuarón pega justo en el blanco de nuestra terrible y problemática situación.
Sus voy a hacer una pubricidad mala.

ferdinand


Lacenaire

Parece interesante , el campechano este. Pero las entrevistas-articulos no desvelan nada especialmente original. Habra que probar a ver.

Casio

#27
Os jodeis, más Zizek:



y sobre "Hijos de los Hombres" (la misma pelicula que a la que se refiere  el articulo de arriba del añorado Tredici) :