Ensoñaciones y delirios.

Iniciado por ferdinand, Abril 23, 2007, 09:05:57 AM

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ferdinand

Delirio I.


Un hombre entra en una cafeterí­a atestada de gente. Le cuesta respirar y, después de atravesar la puerta, mira en todas direcciones hasta que observa una mesa donde hay una mujer sentada, con un vaso de agua delante. El hombre se sienta, resollando, y la mujer le mira como si no lo conociera pero permitiendo que la acompañe. Es bella, y fija sus ojos en él, esperando que suceda algo. El hombre se levanta la camiseta y empieza a arrancarse las costillas con sus propias manos. Los trozos los va depositando sobre la mesa, donde permanece el vaso de agua. Ella lo contempla sin efectuar ningún movimiento, aunque cuando los trozos sanguinolentos se empiezan a acumular sobre la mesa, empieza a llorar casi imperceptiblemente, sin mudar la expresión pétrea de su rostro. El hombre cada vez se muestra más desesperado, cada pedazo que se arranca parece ser el último. La gente de alrededor sigue a lo suyo, sin preocuparse de los alaridos de él y del llanto silencioso de ella. Cuando, al final, el hombre tiene el corazón al descubierto, se echa hacia atrás en la silla como esperando, él esta vez, que ella haga algo. Muy despacio, la mujer agarra un trozo de carne al azar y, con las lágrimas aún resbalando por sus mejillas, sonrí­a maléficamente y lame el trozo de carne voluptuosamente. Acto seguido, se levanta y arroja el vaso de agua sobre el corazón del hombre, que cae en la silla absolutamente fulminado. Ella se levanta y se marcha. La cafeterí­a sigue como si nada hubiera sucedido.

Don Pésimo

Me cago en el Sistema Solar


Rufo

"Ser tonto, egoísta y tener buena salud, son las tres condiciones requeridas para ser feliz; más si la primera nos falta, todo está perdido"

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Delirio II.



Un niño enfermo, enfebrecido, con setecientos kilos de mantas encima, el cuerpo desinflado y esquelético hundido en un colchón de lana; un techo de madera podrida, blanqueado de cal de pueblo. Un calor que muerde los globos oculares, un sudor gélido, una piel del blanco lunar de los astros muertos. Una sensación de que todo se derrumba, un techo que empieza a caerse en pedazos redondos, sin aristas, todo aplastamiento. El niño que grita, llamando a su madre, y las piedras rotas que siguen cayendo. El niño que grita, sintiendo las tijeras de sus pápados cerrarse contra sus ojos, las lágrimas que queman;la madre que llega, el niño en pleno alarido. La madre le coloca la mano en el pecho, el niño enloquece, la madre que aprieta su mano sobre el pecho forrado de costillas, inmovilizando al niño...El niño que grita, las piedras que caen, la madre que aprieta...

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Ensoñación I.


Cierro los ojos, con los párpados temblorosos. Todo el lí­quido de mi cuerpo se vuelca hacia adentro desde las pupilas vueltas del revés. Todo se anega y contengo la respiración, empujando el aire hacia abajo, tratando de que la corriente arrastre definitivamente mis pesares. Pelea el aliento contra las costillas, el esfuerzo hace que el nivel del agua vuelva hacia arriba, volviendo cristalino el principio de mis pestañas. Aprieto los párpados con fuerza, soplo hacia dentro, rasgándome la garganta...Me siento ligero cuando saco la lengua seca. ¡Qué desaire! ¿Cómo no pueden estar conectados los fluidos cuando me hundo y enseño un desierto? ¡Un barrizal, debiera verse, en la gama de verdes y marrones más abyectos! No quiero verlo, cierro los ojos, aflojo el cuerpo. Un perro pasa, fumando un cigarro enorme, se detiene a mi vera y siento el calor de su meada corriéndome por la pierna. "¿Qué pasa?", me espeta. "¿Acaso tú no te alivias?".

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Delirio III.

Se armó de valor y decidió aproximarse. Después de darle dos golpecitos en el hombro, compuso su mejor sonrisa temblorosa y achinó tanto los ojos que no veí­a nada bien cuando ella, al fin, se dio la vuelta. Aspiró una buena bocanada de aire viciado para mejor componer su discurso. Pero de repente, se descubrió con la lengua fuera, completamente tensada y balanceándose, golpeteando en sus idas y venidas la camiseta, dejando sobre ésta manchas de humedad y burbujitas centelleantes. La expresión de su cara cambió radicalmente de la distensión al espanto. Graznó como un pajarraco afónico y, en su incredulidad, empezó a golpear sin ton ni son a la gente que le rodeaba con el bamboleo de su lengua. La chica, al contrario de lo que pudiera esperarse, observaba la escena con absoluta tranquilidad, como si estuviera segura de estar comprendiendo lo que sucedí­a. Él, desesperado, trataba de volver a enrollar su lengua para guardarla en el lugar de donde, quizás, nunca debiera haber salido. Pero era imposible. El peso de sus palabras se lo impedí­a.

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Ensoñación II.


Respiraciones cortas, expiraciones con sonido de cuchillas, tan pobres que son incapaces de tumbar un naipe. La carta se gira un poco, mostrando un número desconocido en la esquina superior. Creo que el color es rojo, el fondo blanco... ¿hay más lí­neas? Pero se vuelve rápido, ya se me ha olvidado cómo se sopla. No puedo derribarla con las manos...¿Cuánto aire necesitarí­a para volver a inflar una mano? ¿Qué clase de huracán para volver a moverla? Expiro, sobre los arabescos azules (¿azules?). Creo que la carta se rí­e por lo bajo. El magní­fico castillo que sostiene permanece inamovible; y la luz, de su ventana más alta, se apaga, otra vez.

Dan

Insomnatio I.

Calor. El cuerpo abrazado, asfixiado por húmedos vapores que condensan ropa, cabeza, pies, y la morralla del intermedio. Frí­o en la nuca. Un aparato zumba y escupe astillas heladas, mas concentradas donde nadie las requiere. Hace rato que, durante un bostezo, ha soltado la pluma. La contempla, a través de lagos somnes, pero no puede cogerla. Ni quiere. Recuesta un poco más la cabeza sobre el respaldo, formando con su cuerpo un fonema fricativo y alveolar, pervertido hacia Morfeo. Sabe que lo contemplan con desaprobación, pero no importa... lo único que hay es la quietud, la luz que calienta a través de la capa de hielo, permitiendo pese a todo que éste cumpla su función. Contraste atronador, insí­pido, inútil. Los ojos se cierran, y queda en espera del ladrido incontenible, de la sirena ululante que le devuelva a la realidad. La pluma se aleja, dotada de vida propia, resbalando dulce sobre la madera en dirección a casa. Crujidos detrás, el peso comienza a revelarse sordo y vivo.

Adiós, compañeros, camaradas de mi vida.
Qué sueño tengo, madre.

Glategoja

http://www.youtube.com/v/eBZEtU6XAxU

ferdinand

Delirio IV.


Sobre un poyete. No hay más que oscuridad por todas partes, porque la luz no puede morder nada, todos los colores eran el negro, o el blanco, o los colores de Van Gogh. Hay que leer alguna vez cómo escribió el puto majadero este sobre los colores. Pero aquí­ no hay nada. Un poyete, y el vací­o, y mis manos empujando las paredes de mi propio cráneo para poder salir afuera, a ver nada, más negro, más blanco, más colores. En el filo, resbalando sobre la pasta de mis sesos disueltos al baño marí­a. Cardos, cardos, cardos, más cardos, todas las flores tienen un sabor amargo, hasta las que chupeteabas de pequeño esperando que supieran a pipí­ de perro. Eran dulces al principio, pensabas en el pipí­...Debí­a ser amargo el pipí­. Luego descubres que, en realidad, es ácido. Y te emborrachas de ácido, y ves la acidez, que se derrama sobre el mundo...los putos dioses meando desde no se sabe dónde. Y en la oscuridad, alguien se azota, el sinsentido corre por todos sus vasos...¿Por qué? ¿Por qué? No hay infierno. No hay más infierno que el del que no quiere ponerse debajo del chorro. Y desaparecer, para siempre, de esta puta oscuridad, que no es blanca, ni negra, ni tiene nigún puto color conocido o por conocer.

Bette

Neurosis I.

Me asusta que estés tan callado, saber sólo que estás ahí­ porque puedo verte y tocarte cuando quiera, que puedes parar el silencio en el momento que tú elijas, acabar de una vez por todas con la probable realidad de que seas lo que yo quiero. Me da miedo que todo esto acaba en cuanto abras la boca.

Dan

Delirio Chu.

Oscuridad, destellos ambarinos danzando, cambiando la posición unos con otros, entremezclándose una y otra vez. Cada movimiento de su muñeca cambia el mundo, gira de nuevo, avanza para descubrir el objeto del deseo. Tambores. Tambores en la oscuridad. Una puerta abierta, oscura. Observo con cuidado, y dentro hay un corazón, liviano, transparente. Tambores. Tambores en la oscuridad. Suenan como el motor averiado de un submarino viejo, como una señal ecolocalizadora, es cierto, pero no dejan de ser tambores. Tambores en la oscuridad, creo que ya lo he dicho. Y allí­ espera, sentado, el corazón traslúcido, creciendo en su obstinación, dejando que las nieblas del tiempo lo arrastren hacia un futuro incierto. Una asamblea espera, discute, no acaban de discernir qué saldrá de todo ello. Veremos.

Gonzo

Cita de: Dan en Abril 28, 2007, 12:23:01 PM
Delirio Chu.

Oscuridad, destellos ambarinos danzando, cambiando la posición unos con otros, entremezclándose una y otra vez. Cada movimiento de su muñeca cambia el mundo, gira de nuevo, avanza para descubrir el objeto del deseo. Tambores. Tambores en la oscuridad. Una puerta abierta, oscura. Observo con cuidado, y dentro hay un corazón, liviano, transparente. Tambores. Tambores en la oscuridad. Suenan como el motor averiado de un submarino viejo, como una señal ecolocalizadora, es cierto, pero no dejan de ser tambores. Tambores en la oscuridad, creo que ya lo he dicho. Y allí­ espera, sentado, el corazón traslúcido, creciendo en su obstinación, dejando que las nieblas del tiempo lo arrastren hacia un futuro incierto. Una asamblea espera, discute, no acaban de discernir qué saldrá de todo ello. Veremos.

Escuchad... Ya vienen... Trasgos y... algo más... un troll de las cavernas. ¡Atrancad la puerta!... ¡Aún queda un enano vivo en Moria!

Que malo es el subconsciente

Dan

Sí­, ése es el armazón, pero frí­o, frí­o.