Flaubert/Stendhal

Iniciado por Carson_, Agosto 16, 2008, 02:27:23 AM

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Carson_

Estos dí­as estoy leyendo La educación sentimental de Flaubert. Fréderic me recuerda a Fabrizio de Longo, el de La Cartuja de Parma. En ambas novelas se relatan los viajes iniciáticos hacia la madurez, donde los jóvenes, moldeables o manipulables por naturaleza, son manejados. Los franceses, si algo describieron bien, es ese mundillo de redes sociales donde un personaje cualquiera es susceptible de ser "corrompido" o "habilitado" para el buen nombre de la familia, aunque nunca desde una inocencia absoluta (Fabrizio, quizá sí­ represente esa inocencia, pero un tanto boba, más una ineptitud de abarcar su propia realidad y las consecuencias de sus actos, al auspicio siempre de una protectora). Echo en falta en la novela actual, el dominio de escenas con multitud de personajes alternando, los olores, la profusión de detalles, la habilidad de mover a personajes de un espacio a otro, el quiebro narrativo.

De este siglo, y en ese sentido, me quedo con Joyce. 

 

ayerbe

Bonito posteo.

A mí­ me fascinó Rojo y Negro en su momento, tal vez porque me asomó a una forma de narrar no premeditada pero exhaustiva, precisamente por esas virtudes que tú señalas. Más tarde me pareció curioso saber que tanto el renovador de la novela moderna como el padre de la misma, Mr. Cervantes, la habí­an definido utilizando la misma imagen; para ambos la novela es un espejo. Es, claro, una visión realista de lo narrativo y creo que el alejamiento de esa visión se produce a partir del simbolismo, cuando la poesí­a impone su ley de desastimiento de la realidad y de búsqueda de enunciados sólo subjetivos. Así­, por ejemplo, Paul Valéry consideró la novela como un género demasiado sujeto a las condiciones primarias de la vida y, por tanto, pobre en exigencias artí­sticas. A la narración le sobraba precisamente aquella exhaustividad de la trama, la proliferación de detalles del orden cotidiano, la pintura a través del hecho y no del dicho. También al teatro. Por ejemplo, Mallarmé idealizaba un teatro despojado de personajes, de actores y de acción dramática, reducido apenas a un rito simbólico.

La evolución de estos "prejuicios" de la vanguardia acabará por conducir a un proceso de pauperización de la trama. Si con Stendhal el psicologismo se aborda a través de la realidad, de los actos, de lo concreto y tangible, Más tarde ese psicologismo perseguido se abordará de una forma digamos "pura", a través de la subjetividad, huyendo deliberadamente de los hechos. Son los tiempos de la novela impresionista de Virginia Wolf o de James Joyce. Recuerdo haber leí­do que este tipo de novela reacciona también contra el cine mudo, que podí­a dar cuenta de los hechos con imágenes pero que no podí­a acercar a la vida recóndita, al pensamiento, a los estados y niveles de la conciencia. Fuera o no así­ está claro que el acento se desplaza del acto al padecimiento. El Ulisses es ejemplo radical de esta tendencia. Su trama es mí­nima y, sin embargo, a nadie se le ocurrirí­a decir que es una novela pobre, porque lo que hace Joyce es enfocar la narración en un plano de significaciones simbólicas y esotéricas (su modelación a partir de la Odisea de la que se ha hablado tanto). Y lo mismo vale para Marcel Proust y En busca del tiempo perdido, donde la atención se centra obsesivamente en la vida psicológica de los personajes.

Y sólo se puede hablar de continuismo en los padres de las narrativas posteriores. kafka, Faulkner, etc. abren la narración a la reflexión filosófica y metafí­sica, al absurdo de inventar realidades paralelas, al dictado de las obsesiones sin precisar de un ensamblaje narrativo tradicional. La verosimilitud se convierte en una lacra. Robbe-Grillet habló de su novela La celosí­a como de una narración sin trama, donde sólo existen "minutos sin dí­as, ventanas sin cristales, una casa sin misterio, una pasión sin nadie".

Carson_

#2
Caray, ayerbe. Intentaré responderte como buenamente pueda.

Rojo y Negro a mí­ también me fascinó (ya que en el general se habló de Macht point, esta sí­ es una novela sobre el arribismo social, aunque el joven Julien Sorel al final se "redima". Otra cosa: qué excéntrico es Stendhal para el tí­tulo de sus novelas. ¿Rojo y negro por qué?; La Cartuja de Parma, de hecho, solo es el último lugar de confinamiento de Fabrizio). La verdad, no estoy al corriente de las teorí­as de Paul Valéry y Mallarmé. Entiendo lo que quieres expresar, pero creo que cada género se debe a unas normas, desprenderse totalmente de ellas conduce -o serí­a comparable- al pintor que aspira al cuadro en blanco.

Tú mismo vienes a expresar en el párrafo siguiente una idea similar: la pauperización de la trama. Para ser sincera, considero que el subjetivismo "puro" (en esta categorí­a añadirí­a también, además de Joyce y Virginia Woolf, a Henry James), ha hecho más daño que bien en muchí­simos de sus seguidores. Es decir, hubo un abuso de la asociación libre sin ton ni son. No he entendido qué has querido decir con eso de "el acento se traslada del acto al padecimiento". En cuanto a Joyce y a Proust, qué duda cabe de que son dos maestros de este siglo (*). Pero así­ como la lectura de En busca del tiempo perdido me subyugó, la Odisea se me hizo cargosa, precisamente por su "riqueza simbólica y esotérica"; tanto pie de página te hace perder el hilo de una novela de por sí­ densa y compleja. En cambio, no me cansaré de recomendar Dublineses, una joya, un conjunto de relatos sencillamente PERFECTO (tal es mi pasión por ese libro que dispongo de la versión inglesa y de la castellana).

Entiendo que cuando enumeras a Kafka y a Faulkner lo haces como un conjunto de escritores posteriores, porque no hay dos novelistas más dispares entre sí­.


(*) Aprovecho para trasladar aquí­ cómo describen el único encuentro entre los dos grandes (vanidosos, añado yo), por parte de sus respectivos biógrafos:

"El 18 de mayo, los Schiff invitan a Proust a una gran cena que dan con ocasión de la primera respresentación del Zorro, de Stravinski. La brillante mesa reúne, amén de Diaghilev y sus bailarines, a Pablo Picasso, Stravinski y James Joyce. Éste llega el último, vestido de calle, ya que no tiene frac, y de pésimo humor. No le gusta Proust, en quien no ve "ningún talento particular". A decir verdad, no le gustan muchas personas y tiende a apartarse de la gente que se muestra amable con él. Al marcharse, Joyce sube con Proust al taxi de Odilon Albaret, enciende un pitillo y baja uno de los cristales. Sydney Schiff, indignado, le ordena que tire el cigarrillo y suba el cristal. Durante el trayecto, Proust se lamenta cortésmente de no conocer la obra de Joyce, a lo que el taciturno inglés replica: "Nunca he leí­do a Monsieur Proust"". (Marcel Prous, Diesbach, Anagrama, 601).


"Sidney Schiff (Stephen Hudson), el novelista inglés, con el que Joyce se habí­a encontrado en diversas ocasiones, le invitó a una fiesta en honor de Stravinski y Diáguilev, después de la primera representación de sus ballets. Joyce llegó tarde y tuvo que excusarse por no ir vestido de etiqueta. Dijo que no tení­a traje formal. Para disimular su azoramiento, Joyce se dedicó a beber copiosamente. Luego se abrió la puerta y apareció, envuelto en un abrigo de piel, Marcel Proust; Joyce dijo posteriormente que su aspecto era el del "protagonista de Las aflicciones de Satanás". (...) Joyce siguió a Schiff y a la esposa de éste hacia la puerta, fue presentado a Proust, y se quedó sentado a su lado. Su conversación es distinta según las diversas versiones que de ella se han dado (...)

La fiesta concluyó, como recuerda Mrs. Schiff, cuando Proust sugirió al matrimonio que la habí­a organizadoque le acompañaran en taxi a su casa. Joyce se metió en el mismo taxi que ellos. Desgraciadamente, lo primero que hizo fue abrir de golpe la ventanilla. Como Proust era muy sensible a las corrientes de aire, Schiff la cerró inmediatamente (...) Joyce insistí­a en que la obra de Proust no tení­a parecido alguno con la suya a pesar de que los crí­ticos decí­an detectar bastantes. (...) Proust murió el 18 de noviembre de 1922, y Joyce acudió al funeral.

Pronto se convirtió en leyenda el encuentro con Proust". (James Joyce, Richard Ellman, Anagrama, 565-7).

ayerbe

#3
ay los artistas y la vanidad, cómo son ellos...  ;D ;D

Creo haber leí­do que el tí­tulo de Rojo y Negro se debe a las dos salidas profesionales que baraja el "arrivista" Julien Sorel, el color rojo de la carrera militar, y el negro de la eclesiástica. No sé si será así­ o no, pero a mí­ me parece más interesante el subtí­tulo de la obra, Crónica del siglo XIX, porque, al margen de que la historia esté inspirada en un suceso real, ese subtí­tulo da cuenta de las intenciones del autor, y no creo yo que haya cosa más relevante en la lectura de una obra que asistir al desvelamiento de lo que persigue quien la escribe. Stendhal, a partir de la anécdota real, quiere, y lo consigue en mi opinión, pintar las contradicciones y tribulaciones de una sociedad a través de un personaje descuadrado, un joven ambicioso y soñador de origen humilde que procurará salvar las barreras sociales por cualquier medio a su alcance. Lo que hace Stendhal es idear no sólo una trama y unos personajes, sino también, e incluso esencialmente, trazar un retrato de la sociedad de la época.

Esto en cuanto al porqué, queda la otra pregunta, la del cómo lo hace, y ahí­ podrí­amos hablar de la oposición entre los modelos narrativos del momento, Balzac versus Stendhal...

Con la frasecita de que se trasladó el acento desde el acto al padecimiento sólo querí­a abundar en lo que habí­a dicho de otras formas: menos interés en lo que hacen los personajes y más atención a lo que padecen, a la vida psicológica. Y sí­, a Kafka y a Faulkner los meto en el mismo saco como padres de narrativas posteriores y como evidencias del desinterés por las narrativas de hechos minuciosos y la pintura de ambientes, no porque en sí­ mismos tengan demasiada relación.

Volveré, me gustan estas tribulaciones librescas.




Recolectando

Efectivamente, Rojo y Negro hace alusión a la carrera militar frente a la carrera eclesiástica.

Carson_

Y yo que creí­ que Rojo y negro significaba algo así­ como un destino azaroso (son los colores de una ruleta). De hecho, eran las dos profesiones para ascender de posición social. No varí­a mucho de un pasado reciente nuestro: el sacerdocio o el tricornio.

No tengo tiempo ahora mismo, pero queda pendiente La Regenta, por mi parte, claro.

P.D. Aprovecho para rectificar dos erratas. Por supuesto me referí­a al Ulises de Joyce y no a la Odisea de Homero; Proust y Joyce fueron dos monstruos del siglo pasado, no de éste.   

Carson_

Ah, y paso de Regentas y de hostias, pa qué.

ayerbe

cachis la mar salada, ahora que habí­a desempolvado yo el libraco.

SrCualquiera

ayerbe, cuando yo me lo lea ya tengo el lugar referente y la compañí­a adecuada.

guapa  :-*

Carson_

No leo nunca los prólogos o introducciones a un libro hasta después de haber finalizado la lectura. Me he encontrado con esta frase de Kafka escrita nada menos que el 1912:

"En cuanto a La educación sentimental, es un libro que, durante muchos años, me ha interesado mucho, como apenas lo han logrado dos o tres seres humanos".

Casi un siglo después, suscribo la frase.

ayerbe

Cita de: SrCualquiera en Septiembre 05, 2008, 10:08:34 PM
ayerbe, cuando yo me lo lea ya tengo el lugar referente y la compañí­a adecuada.

guapa  :-*

trato, cuando tú te lo leas lo destripamos a gusto :P

Carson_

Correspondance. Gustave Flaubert/George Sand (Flammarion, 1981).

Superados los primeros escollos de una lectura ardua -el principal, el idioma, el francés, que creí­a dominar con mayor fluidez, y el otro, la magnitud de la obra, seiscientas páginas repletas de notas a pie de página-, asumido también que serí­a una lectura de fondo, lo más sensato es relajarse y deleitarse en cada página. Durante semanas he dedicado varias horas nocturnas de ocio a saborear el maravilloso, potente, tierno, inteligente, elegante y desprendido intercambio de correspondencia entre dos personas bastante distintas entre sí­ y sin embargo complementarias. Al finalizarlo me ha embargado un sentimiento de soledad, de orfandad. Claro que se puede vivir la literatura. Muchas noches de conversaciones mudas con Flaubert y George Sand, apostados a un extremo del sofá cada uno, dan fe de que los he vivido.

El género epistolar agoniza, si no ha muerto ya. Una pena. Para mí­ posee una inmediatez, una frescura, que equivale a pura vida en palabras. Entre una hipotética lista de mis libros favoritos estarí­an sin duda Cartas a mi madre, de Sylvia Plath (una escritora que sin embargo en el plano de la ficción dramática no me ha interesado especialmente), Cartas a Zelda, de Scott Fitzgerald, y ahora también, la correspondencia entre Flaubert y George Sand; el diario, en cambio, es un género bastante más perverso, en cuanto al maniqueí­smo de la intención: mostrarse a uno mismo desde una perspectiva única, la propia, sin contrapunto ni contaminación externos.

La correspondencia se inicia tí­mida y cortésmente en el 1863, aunque no es hasta el año 1866 que empieza a haber un intercambio regular que finaliza el 29 de mayo de 1876, pocos dí­as antes del fallecimiento de George Sand. George Sand en 1866 tiene 62 años, nada que ver con la joven dí­scola de vida sexual intensa y agitada (su amante más conocido, Chopin, por supuesto); Flaubert, 45. El mantiene una relación con Louise Colet, a la que si no recuerdo mal menciona en una sola ocasión. Llega a decir en una carta: Las bellas damas han ocupado mucha parte de mi espí­ritu, pero me han quitado poquí­simo tiempo.  Por entonces ya habí­a publicado Madame Bovary y Salammbí´,  la primera provocó el consiguiente escándalo público y problemas con la censura por la “inmoralidad” de la novela. Zola y Baudelaire fueron de los pocos que la elogiaron. De hecho, fue a través de la lectura de esta obra que George Sand inicia los primeros contactos con Flaubert.

Voy a comentar los aspectos de la relación del autor con la obra, que son los que a mí­ particularmente me interesan. Flaubert es un gigante de la literatura, vivió por y para ella. Su concepción de la narrativa, el celo con que la elabora, el acopio de información que acumula, el rigor en la búsqueda de la palabra adecuada, la fatigosa tarea de eliminar asonancias en un texto, etc., etc., hacen de él un escritor extremadamente concienzudo. La maestrí­a reside en no trasladar el esfuerzo al resultado.

Ahí­ van algunas citas de Flaubert sobre su concepción de la literatura:

Me he expresado mal diciéndoos “que no hací­a falta escribir con el corazón”. He querido decir: no poner la personalidad en escena. Creo que el gran arte es cientí­fico e impersonal (pág. 110).

No reconozco el derecho de acusar a nadie. No creo incluso que el novelista deba expresar su opinión sobre las cosas de este mundo. Puede comunicarla, pero no me gusta la gente que la dice (…) No quiero tener ni amor ni odio, ni piedad, ni cólera. Cuando se tiene simpatí­a, es diferente. Jamás se tiene la suficiente (pág 190).

Esta dificultad de encontrar un buen tí­tulo me hace creer que la idea  de la obra (o más bien su concepción), no está clara (pág 224).
O sobre la elaboración:

L’Education sentimentale : La novela no avanza en absoluto. Me he sumergido en la lectura de los periódicos del 48. He tenido que hacer (y no se ha acabado) diferentes traslados: a Sevres, a Creil, etc. (pág. 135).

En fin, vivir me parece un oficio para el cual no estoy hecho (*) Me he quedado en Parí­s tres dí­as que he empleado en buscar reseñas e investigaciones para mi libro. Estaba tan agotado el último viernes que me acosté a las 7 de la tarde. Estas son mis locas orgí­as en la capital (pág. 210).

Lo que necesito ahora no es campo, sino trabajo (pág. 280).

He vuelto a Saint Antoine, y trabajo violentamente (pág. 329).

Bouvard y Pécuchet: Leo toda clase de libros, y tomo nota para mi gran libro que va a pedirme cinco o seis años (pág. 421)

Ignoro totalmente eso que dices, “el placer de no hacer nada”. Si no estoy con un libro, o no sueño con escribir uno, me sobrecoge un aburrimiento al punto de gritar pág. 436).

Bouvard y Pécuchet: Hace quince dí­as que he hecho un pequeño viaje a la Baja Normandí­a, donde he descubierto por fin un lugar propicio en el que alojar a mis dos protagonistas. Será entre el valle de Orne y el valle de Auge. Tendré que volver bastantes más veces (pág. 475).

Bouvard y Pécuchet (novela que no llegó a concluir): Para dentro de un mes espero haber acabado el tema de la agricultura y la jardinerí­a. ¡Y no habré alcanzado un tercio de mi primer capí­tulo! (pág. 485).

George Sand, ejerce de contrapunto en muchas facetas y momentos de la vida de Flaubert. No se advierten celos profesionales por su parte y sí­ una sincera preocupación por los estados “nerviosos” y misántropos de su amigo, así­ como por la cerrazón vital de Flaubert. Escribe:
 
Cuando veo el daño que mi querido amigo se hace por una novela, me descorazona mi facilidad, y me digo que hago una literatura torpe (pág. 149).

Tu novela me interesa más que todas las mí­as (pág. 195).

Sé bien que no tengo suficiente autoridad en las letras, no soy suficientemente letrada para estos señores, pero al menos el público me lee y me escucha un poco (pág. 261).

A la edad que tienes ahora (51), me gustarí­a verte menos irritado, menos ocupado en la tonterí­a de los demás. Para mí­ es tiempo perdido, como recrearse en el fastidio de la lluvia o de las moscas (…). Quizás esta indignación crónica es una necesidad tuya para organizarte. A mí­ me matarí­a (pág. 368).

No te absorbas tanto en la literatura y la erudición (pág. 371).

En los momentos de desazón personal, incluso en los de apuros económicos, ella  está a su lado, no sólo aní­micamente, sino comprometiéndose firmemente a ayudarlo monetariamente, cuestión, esta última, que Flaubert elude con elegancia. La acogida de L’Education sentimentale es más bien frí­a y la crí­tica hostil.

En cuanto a mi novela, L’Educación sentimentale, no pienso más en ella. (…) Ya no es mí­a (pág. 233).

Sand le responde: es un buen libro, con la fuerza de los mejores de Balzac y más real (pág. 254).

Flaubert: Me tratan de cretino y de canalla (…) Todos los periódicos citan como prueba de mi bajeza el episodio de la Turca (…) Y Surcy me compara al Marqués de Sade ¡a quien admite no haber leí­do! (pág.255).

Sand: Pareces extrañado  de la mala voluntad de la gente. Eres demasiado ingenuo. No sabes lo original que llega a ser tu libro, y lo que debe molestar a personalidades por la fuerza que contiene (pág. 258).

Flaubert: Estoy siempre cansado y muy débil, todaví­a más de espí­ritu que de cuerpo. Entro en el periodo colérico y misántropo: todo y todos me molestan y me irritan. Siento que la vejez se me apodera. No veo a ninguna persona con quien hablar (pág.281).

Ya no siento la necesidad de escribir, porque escribí­a especialmente para un solo ser que no estará más (**). Esa es la verdad. No obstante, continuaré escribiendo (…) Hay poca gente que le guste lo que me gusta, que se inquiete sobre lo que a mí­ me preocupa (…) Me parece que me he vuelto un fósil, un ser que no rinde en relación a la creación que le envuelve (pág. 296).

Sand: Sant Antoine es una obra maestra, un libro magní­fico. Rí­ete de las crí­ticas (pág. 468).

Como me estoy enrollando más de lo que esperaba, sólo unas anotaciones finales que me producen una grandí­sima ternura:

Mis viejos amigos están todos casados, piensan en su pequeño comercio todo el año, en la caza durante las vacaciones (…). No conozco a ninguno que sea capaz de pasar conmigo una tarde para leer a un poeta. Tienen sus ocupaciones; yo no las tengo. Date cuenta que me encuentro en la misma posición social que me encontraba a los 18 años (pág.296-7).

De siete que éramos al principio en las comidas de Magny, no quedamos más que tres. Necesitarí­a dormir durante seis meses en una playa cálida (pág. 298)

Aparte de ti y de Turguenev no conozco ningún mortal con quien desahogarme sobre las cosas que me llegan al corazón, y vosotros viví­s lejos, los dos (pág. 301).

Cuando no me torturo sobre mi trabajo, gimo sobre mí­ mismo. Esa es la verdad (…) Y voy a deciros una palabra bien pretenciosa: ¡nadie me comprende! (pág. 485).



(*) ¿Es posible que esta cita inspirara a Cesare Pavese para su El oficio de vivir?

(**) El amigo y poeta Louis Bouilhet, muerto prematuramente.