Mantengo una relación dual con el teatro, de amor/odio. Quizás ni eso. Quiero decir que en cierto modo me siento “manipulada†(es decir, sé que algún pasaje de un drama acabará emocionándome, incluso involuntariamente, como puede que me erice el vello una marcha militar en directo sin que medie pasión alguna por la marcialidad) por el simple hecho de la proximidad física.
Anoche fui a ver Cyrano de Bergerac, adaptación de Oriol Broggi. Un texto de más de un siglo de antigí¼edad. Bien. Sin embargo me pregunto por qué directores reputados asumen tan poco riesgo. Es como decir: vayamos a lo seguro, Rostand nunca falla. ¿Crisis de dramaturgos? No creo. Otra paradoja que no entiendo, que alguien formalmente tan atrevido como Polanski –el otro día volví a ver El cuchillo en el agua, texto que bien podría adaptarse al teatro de no ser porque la acción transcurre en un velero y parte de la grandeza reside en esos toques de cámara desde ángulos imposibles– acabe adaptando precisamente una obra de teatro (cuatro personajes en una habitación), a un medio mucho más flexible como el cine. ¿Falta de ideas?
Sorpresivamente el medio que está dando más alegrías creativas es el televisivo.