Microrelatos again

Iniciado por California, Abril 16, 2009, 03:52:13 PM

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Porfirio

Ni yo.   :-*

¿sabes que acabo de descubrir que sólo puedo arrugar los morritos hacia el lado derecho?

a priori

La tristeza invadí­a su ánimo. Se sentí­a muy incómodo en su nuevo entorno. No era el lugar que esperaba. Pensó que habí­a alcanzado suficiente estatus social para permitirse lo mejor de lo mejor. Pero no. Todos sus sueños se desvanecí­an en esa urna que le contení­a en formato de polvo gris claro.
Faena de muleta

Aloysius

Con los primeros rayos de luz iluminandome la cara, me incorpore de una gran cama señorial para luego refrescarmela en una antigua pileta de laton. Vestido con ropajes de epoca, pase a descender las escaleras de maderas nobles escuchando su hipnotico crujir, mientras observaba enormes retratos de antaño, de señores distinguidos con bigotes largos especialmente atusados. Hasta llegar a un gran salon principal donde unos criados me dejaron preparado el desayuno, te con leche, tostadas, mantequilla, mermelada de grosella, y un huevo cocido acompañado de un salero y una cuchara de plata. Tras revisar las ultimas nuevas en el Times por aquello de no perder las buenas costumbres, y de terminar de sorber la taza de te, me limpie con parsimonia la comisura de los labios, para acto seguido, dirigirme hacia el despacho, donde en el ultimo cajon del escritorio tenia guardado mi antiguo revolver reglamentario, de cuando servi con honores como oficial de caballeria en el ejercito de su graciosa majestad durante la guerra de los boers.

Antes de salir de la mansion, me detuve por un instante a recorrer visualmente con un giro de 180 grados cada esquina, cada recoveco y cada recuerdo. Especialmente aquellos aparentemente mas intrascendentes, que por alguna extraña razon, acostumbran a ser los que se quedan grabados con mayor nitidez en la memoria. A la salida de la mansion, mis pasos recorrieron con inusitada serenidad el interminable y laberintico jardin, junto con la fuente que lo presidia, y tras atravesar tambien los prados limitrofes, camine en direccion al horizonte de la idilica y bucolica campiña, en una mañana de grises matices sobre los tenues claros que ayudaban todavia mas a resaltarlos, como siempre me habia gustado.

Tras llenarme de aquel aire tan fresco y puro, cerre los ojos. Entonces, se rompio el silencio del alba, con el estruendo de un seco y fulminante disparo. El cual, provoco a ciencia cierta que repentinamente alzasen el vuelo una improvisada bandada de pajaros. Mientras en ese mismo instante, una nueva estrella comenzaba a brillar mas alla de la puerta de Tannhauser.


SrCualquiera

#123
Más salsa, más salsa!

Se llamaba Sergio, orondo como una colina y vago como las ballenas, ceñido entre las dos sillas que aposentaba con su faja, y propenso habitual a las protestas gastronómicas, reclamaba abstraído en su plato mientras una enfermera lo miraba con cara de rata: más salsa, más salsa!. Era su mantra visceral contra la inconsciencia, una frase que repetía y repetía y repetía incansablemente, aunque no hubiera nadie y aunque no hubiera salsa. Camionero de antigua profesión, con infancia y juventud reconocida, se había convertido en un monstruo adiposo, un saco enorme de grasa y de nervios y de voces enfermas que lo perseguían. Su presencia era siempre una incógnita cruel, clavada como un hacha en el historial de su pasado asesino. Podía actuar como un disparo, como un brutal e indiferente reflejo depredador, un tipo al que prefieres no mirar a los ojos, ni siquiera a los pies.

Juan, vecino suyo de rellano, enfermo de psicosis bipolar y bailongo de nacimiento, y un tipo con fama de ser en exceso divertido, bailaba ahora revoloteando sobre Sergio con un ritmo sinuoso y la gracia agotadora y persistente de los locos, como pidiendo tal vez amistad, una, y otra vez y otra vez amistad. Y qué gran amistad. El aire se erizaba en las precauciones de los enfermeros y en la vibración sorda de todos aquellos rostros sin apariencia de alma. Hay silencios sobrecogidos de amenaza que tensan el cuerpo como un escorpión y encogen la panza como una mala comida. La razón de que Sergio se mantuviera quieto en su silla, con una pacífica beatitud de introversión en la cara, mientras todos se temían ya lo peor, no la sabremos nunca ya que ese no fue el día que lo acuchilló.

Crápula

Antes de ir al súper, sentí el impulso casi irrefrenable de volver por la zona de aquellas casas bajas, concretamente adosadas. No se, me dio por regresar en busca de respuestas a aquellas preguntas que todavía me quedaban pendientes. Sorteando a la gente, sintiéndome extraño una vez mas fuera de lo que podríamos denominar, "mi zona de confort", (curiosa expresión, que parece haberse puesto también bastante de moda). Y cruzando la acera después de caminar un ratillo, volví a bajar por la pequeña calle, y a adentrarme dentro de la zona, dando un rodeo hasta volver a pasar por el mismo lugar. Tratando de descubrir alguna clave, algún indicio, cualquier detalle por pequeño que fuese.

Fue entonces, cuando rindiéndome ante mi absurda obsesión me disponía a regresar por mis pasos, y de repente apareció ella con su hijo, subiendo el callejón, y casi me dio un vuelco el corazón. Si, ahora no podía quedar duda alguna, y comprobé como entraba a su vez en el que evidentemente debía de tratarse de su supermercado habitual. Lo cual debo decir, que me llevo a pensar que casi agradecía que no fuese el mismo que el mío, aun coincidiendo en la misma calle.

A través de la cristalera, la pude ver pasando por un pasillo alejado, y después, deteniéndose en la sección, no se si de carnicería, o probablemente de charcutería, aunque fuese ya un poco tarde para darle el bocadillo al chaval. Que mas da, el caso es que me quede esperando un rato apoyado en un portal cercano, como cuando de niño fantaseaba imaginándome que era un detective privado. Y, pues eso, al cabo de un rato, salió del supermercado, en dirección de nuevo a la zona de los adosados, que estaba apenas a unos cuantos pasos.

Que mujer, que perfección de mujer, que belleza, que piernas, como le sentaban los vaqueros Slim, creo que se llaman así, porque me fije un día en un catalogo del Carrefour. Y la volví a seguir, apenas solamente esos escasos metros hasta comprobar como efectivamente vivía allí. Y entonces lo comprendí todo, las piezas del puzzle encajaron en mi cabeza al instante. Las respuestas lógicas a mis absurdas preguntas que durante los últimos dos años me había estado preguntando.

Mujer probablemente de algún oficial destinado de cierto rango. Por eso me extrañaba tanto que un monumento de mujer así, pudiese pulular por ahí. A fin de cuentas, que mejor descanso para el guerrero, que tener en casa esperándole a una mujer de bandera como esa. La tía buena mas buena que hayan visto jamás mis ojos, desarmando por completo mi ingenuidad y soliviantado en un suspiro mi soledad.

Y mientras regresaba caminado para ir a mi supermercado habitual, para poder improvisar algo que cenar, iba recordando su inconfundible manera de caminar, y volví a sentirme i'm on fire.


Putas y barcos

Mujer probablemente de algún oficial destinado de cierto rango.

Pues si es hija de marinos, y el rango apunta años desde que se casó con un teniente de navío, ya tendrá el chumino como para aparcar la Enterprise... que las familias numerosas es lo que tienen, y eso no lo cura el Pilates ni el griego...

Don Pésimo

Quisiera dormirme para dejar de ver al puto dinosaurio, pero ni valeriana ni hostias, una cosa es dar consejos y otra vivir con este bicho. Lo de Monterroso fijo que era una lagartija.
Me cago en el Sistema Solar

Crápula

Tras llegar a mi destino, baje del tren y deambule un buen rato por la estación, era tarde y apenas quedaba nadie. A la salida, la lluvia como si estuviera esperándome. Y varios pitillos después, decidí caminar sorteando los charcos y los coches que parecían ponerse de acuerdo en salpicarme. De noche parece que uno se moja mas, que la lluvia te persigue tras cada calle, que las luces quisiesen delatarte a través del chapoteo de los pasos acelerados. Sumado a esa curiosa e incierta sensación de ir hacia el encuentro de alguien para alejarse de uno mismo a medida que vas acercándote.

El viejo edificio parecía también estar esperándome, mientras ascendía lentamente por unas escaleras antiguas. Tras llegar a la ultima planta, se abrió una puerta, y ella comenzó a abrazarme. Después de cenar algo, me mostro las vistas de su ventana hacia ninguna parte. Recreándonos por un instante en nuestras amargas soledades para decidir endulzarlas a base de sexo. La penumbra era testigo complice del encuentro, hasta que se rompió la efimera magia del momento. Y cuando no quedaba ya nada interesante que decirnos, ella se giro sobre la almohada mientras yo me quedaba observando el humo del penúltimo pitillo, deslizándose de manera sigilosa e insinuante a través de la habitación. Como los sonidos fluyendo entre el silencio, como los sentimientos desvaneciéndose en el tiempo, todo al unísono en una especie de desesperada danza sin principio ni fin.