El teléfono sonó a la hora acostumbrada. Con el gesto nervioso y culpable de quién sabe que está contraviniendo las normas, descolgó el auricular al primer timbrazo. La voz sonó ansiosa al otro lado formulando la pregunta que, aunque repetida, no se había convertido en rutinaria. Ella facilitó la información.
Había días alegres en que las noticias se contaban solas, sin embargo otros necesitaba de toda su pericia para dar el ánimo justo sin falsas esperanzas. Eso venía ocurriendo en la última semana.
A la mañana siguiente, Marisa fue engullida por una ambulancia que la trasladó al hospital general donde moriría dos días después.
Sor María ya no recibiría la llamada de la madre de la chica exactamente a las once de cada noche para preguntarle si había cenado.
Marisas tenía 16 años, medía 1,73 y pesaba 35 kilos.