Historias desde el retrete.

Iniciado por ferdinand, Mayo 10, 2006, 03:20:00 PM

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ferdinand

1. La cosa succionadora.




Lorenzo viví­a solo y rodeado de pocos cachivaches en un pequeño apartamento de la parte alta de la ciudad;
por lo que al lector no se le hará muy difí­cil imaginárselo usando el baño. Ya fuera para evacuar, lavarse o zumbársela (mediando o no pretexto), Lorenzo se desenvolví­a de la manera más habitual. No hemos incluí­do "limpiar"
porque Lorenzo limpiaba poco. Opinaba que la vivienda debí­a ofrecer refugio. Simplemente. Y acostumbrado como estaba a protegerse, esconderse, engañar y engañarse sólo con la simpleza de las palabras, consideraba una pérdida de tiempo la búsqueda de la felicidad a través de la limpieza.
Al tener pocos trastos en casa, el polvo se acumulaba uniformemente, haciendo más llevadero el acto que se derivaba de la enajenación transitoria que causaba la obsesión por la higiene de las cosas muertas. Sí­. Él lo hubiera explicado con esas mismas palabras. Para hacerlo más farragoso y extenuante para el interlocutor zafio. Lorenzo no solí­a poner tantas trabas a la hora de comunicarse con las que consideraba sus amistades. Pero frecuentemente nos referiremos a sus palabras, con el objeto de disuadir al lector potencial, al sorbedor ligero, al simple, al panfletario.
Lorenzo leí­a mucho (¿No era éso lo que empezó haciendo El Quijote? ¡Ved dónde llegó luego!). Lo cual no quiere decir que leyera muchos libros, ni que lo hiciera particularmente rápido. Ni siquiera significa que entendiera siempre lo que los libros decí­an. Ya se sabe (o debe saberse) lo que sucede con las palabras. 
Cuando Lorenzo iba a cagar solí­a llevar siempre lectura. Algunas veces, también la utilizaba para pajearse. Raramente paseaba los libros por el apartamento, como no fuera para evitar que un exceso de polvo se depositara sobre ellos.
El cuarto de baño de Lorenzo era básico. Cumplí­a su papel (rollos siempre habí­a) con solvencia, y la gama de actividades que podí­a practicarse en él completaba el abanico que iba desde "ser sublime"
hasta "tirarse un pedo". El suelo era de gres negro, con unos contrastes en gris azulado que parecí­an telarañas. Todo lo demás era blanco (roto), hasta los grifos eran blancos (y no porque, efectivamente, lo fueran). Una bañera, un bidet averiado, un lavabo y una taza (la única que habí­a en todo el apartamento). En definitiva, aquella habitación contení­a y deparaba todo lo que Lorenzo pudiera necesitar de ella. Y, sin embargo, él pensaba algunas veces que le faltaba algo.