Repositorio iconográfico para simplificar los debates areopagitas recurrentes.

Iniciado por Don Pésimo, Julio 15, 2010, 01:17:34 PM

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JM

In God we trust (sometimes, some pictures: http://www.areopago.eu/index.php?topic=888.msg574445#msg574445 )... (C) Extineo

Lapi_0

Y la tetuta para que se pude usar, JM? "Lo que va delante, va delante"?


Dee Dee

A mi me dan ahogos, nada más ver a la pobre intentando conducir por encima de las tetas.

No entiendo esta imagen en relación al foro, aunque de cualquier cosa se puede extraer una metáfora.


JM

Cita de: Lapi_0 en Julio 27, 2010, 09:36:11 AM
Y la tetuta para que se pude usar, JM? "Lo que va delante, va delante"?




Cita de: Porfirio en Julio 27, 2010, 09:40:15 AM
A mi me dan ahogos, nada más ver a la pobre intentando conducir por encima de las tetas.

No entiendo esta imagen en relación al foro, aunque de cualquier cosa se puede extraer una metáfora.

Pues por ejemplo cuando Imparable se embala con las armas de destrucción masiva y saca a colación la superioridad de la raza occidental, por ejemplo.
In God we trust (sometimes, some pictures: http://www.areopago.eu/index.php?topic=888.msg574445#msg574445 )... (C) Extineo

Lapi_0


Casio

De los bañistas no se atreví­a a quejarse, pero eran la mayor molestia. «¡Triste y enojoso rebaño humano! Viejos verdes, niñas cursis, mamás grotescas, canónigos egoí­stas, pollos empalagosos, indianos soeces y avaros, caballeros sospechosos, maní­acos insufribles, enfermos repugnantes, ¡peste de clase media! ¡Y pensar que era la menos mala! Porque el pueblo... ¡Uf! ¡El pueblo! Y aristocracia, en rigor, no la habí­a. ¡Y la ignorancia general! ¡Qué martirio tener que oí­r, a la mesa, sin querer, tantos disparates, tantas vulgaridades que le llenaban el alma de hastí­o y de tristeza!».

Dan

Cas, eres el eterno pesimista.

Me encanta este hilo.




Aquí­, Redneck:

Conversación entre moderador y cualquier agraviado por el universo y el destino:



Barbie


Casio

Cita de: Dan en Julio 27, 2010, 09:26:28 PM
Cas, eres el eterno pesimista.


No soy yo, es don Leopoldo Alas, de un cuento sobre dos que siempre se están jodiendo,  el texto deberia ir al hilo de peleitas wains de Ferdi,  que va ni pintado:

"Dos sabios (areopagitas)".


En el balneario de Aguachirle, situado en lo más frondoso de una región de España muy fértil y pintoresca, todos están contentos, todos se estiman, todos se entienden, menos dos ancianos venerables, que desprecian al miserable vulgo de los bañistas y mutuamente se aborrecen.

¿Quiénes son? Poco se sabe de ellos en la casa. Es el primer año que vienen. No hay noticias de su procedencia. No son de la provincia, de seguro; pero no se sabe si el uno viene del Norte y el otro del Sur, o viceversa,... o de cualquier otra parte. Consta que uno dice llamarse D. Pedro Pérez y el otro D. ílvaro ílvarez. Ambos reciben el correo en un abultadí­simo paquete, que contiene multitud de cartas, periódicos, revistas, y libros muchas veces. La gente opina que son un par de sabios.

Pero ¿qué es lo que saben? Nadie lo sabe. Y lo que es ellos, no lo dicen. Los dos son muy corteses, pero muy frí­os con todo el mundo e impenetrables. Al principio se les dejó aislarse, sin pensar en ellos; el vulgo alegre desdeñó el desdén de aquellos misteriosos pozos de ciencia, que, en definitiva, debí­an de ser un par de chiflados caprichosos, exigentes en el trato doméstico y con berrinches endiablados, bajo aquella capa superficial de frí­a buena crianza. Pero, a los pocos dí­as, la conducta de aquellos señores fue la comidilla de los desocupados bañistas, que vieron una graciosí­sima comedia en la antipatí­a y rivalidad de los viejos.

Con gran disimulo, porque inspiraban respeto y nadie osarí­a reí­rse de ellos en sus barbas, se les observaba, y se saboreaban y comentaban las vicisitudes de la mutua ojeriza, que se exacerbaba por las coincidencias de sus gustos y maní­as, que les hací­an buscar lo mismo y huir de lo mismo, y sobre ello, morena.


Pérez habí­a llegado a Aguachirle algunos dí­as antes que ílvarez. Se quejaba de todo; del cuarto que le habí­an dado, del lugar que ocupaba en la mesa redonda, del bañero, del pianista, del médico, de la camarera, del mozo que limpiaba las botas, de la campana de la capilla, del cocinero, y de los gallos y los perros de la vecindad, que no le dejaban dormir. De los bañistas no se atreví­a a quejarse, pero eran la mayor molestia. «¡Triste y enojoso rebaño humano! Viejos verdes, niñas cursis, mamás grotescas, canónigos egoí­stas, pollos empalagosos, indianos soeces y avaros, caballeros sospechosos, maní­acos insufribles, enfermos repugnantes, ¡peste de clase media! ¡Y pensar que era la menos mala! Porque el pueblo... ¡Uf! ¡El pueblo! Y aristocracia, en rigor, no la habí­a. ¡Y la ignorancia general! ¡Qué martirio tener que oí­r, a la mesa, sin querer, tantos disparates, tantas vulgaridades que le llenaban el alma de hastí­o y de tristeza!».

etc.

   

Dan

Cita de: Barbie en Julio 28, 2010, 09:26:32 AM
Se te nota. Está sacando el Lorenz que llevabas dentro.

Sí­, hombre, igual, igual.

Cita de: Cas en Julio 28, 2010, 10:09:41 AM
Cita de: Dan en Julio 27, 2010, 09:26:28 PM
Cas, eres el eterno pesimista.


No soy yo, es don Leopoldo Alas, de un cuento sobre dos que siempre se están jodiendo

Y la intencionalidad, qué, eh.

Lapi_0