Moho Civilization (Micorrelato)

Iniciado por Karraspito for President, Noviembre 20, 2010, 09:14:22 PM

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Paquito Comocho

  Me ha venido a la cabeza, cosas de la fisiologí­a cerebral humana, una sorprendente historia que tuvo lugar en la casa donde estuve viviendo el año pasado (bueno, y también me he encontrado con el texto donde se narra dicha historia, para qué nos vamos a engañar). Una sobrecogedora historia acerca de la cruel y despiadada lucha por la vida, de supervivencia y de evolución. Va por ustedeh...

 

   Resulta que los hijos de la Gran... Bretaña con los que viví­a antes se dejaron en cierta ocasión una taza en la cocina con un lí­quido indeterminado, supongo que serí­a té, y posteriormente se olvidaron de la existencia de dicha taza, así­ como del lí­quido contenido en su interior. Estarí­a llena de lí­quido hasta algo así­ como un cuarto de su capacidad. Pasados los dí­as, y con la pobre taza sumida en el más absoluto de los olvidos, al menos por parte de sus legí­timos dueños, no tardaron en aparecer nuestros fúngicos amigos los mohos. Al principio eran sólo unas tí­midas y diminutas colonias flotando sobre la superficie, que divisé un dí­a por casualidad mientras fregaba mis propios utensilios, si bien con el paso de los dí­as un interés morboso e irresistible por la taza con el lí­quido corrupto se fue adueñando de mi voluntad, obligándome a echar una ojeada cada dí­a a las evoluciones de los microscópicos invasores. A medida que avanzaba el tiempo las tí­midas colonias se fueron transformando en una robusta y consistente capa que cubrí­a toda la superficie del lí­quido, y ésta a su vez fue adquiriendo una consistencia cercana a la del algodón de azúcar de las ferias de pueblo, con esos enrevesados hilillos subiendo hasta más arriba del ecuador de la taza, al tiempo que el lí­quido contenido en la misma se iba tornando más y más inconsistente y transparente, debido sin duda a la incansable labor de nuestros simpáticos seres en su afán de extraer hasta la última partí­cula nutritiva de aquel caldo milagroso. El reloj seguí­a corriendo incansable, a las horas les sucedí­an los dí­as, a éstos las semanas, y conforme estas últimas se iban sumiendo en la niebla del olvido, un extraño a la par que apasionante fenómeno tení­a lugar ante mis sorprendidos ojos: el nivel del nutritivo lí­quido contenido en nuestra ya célebre taza iba disminuyendo irremisiblemente, fruto de la abnegada labor oxidativa de nuestros asexuados protagonistas. Al cabo de un perí­odo de tiempo indeterminado, pues tan extenso fue que rememorarlo con claridad no puedo, el lí­quido desapareció literalmente devorado por las ávidas colonias de hongos microscópicos, por lo que lo único que restaba en la taza eran unas raquí­ticas, delgadas y pulverulentas colonias adheridas al fondo en un último y desesperado intento por abrirse camino en la carrera por la supervivencia, pero desgraciadamente condenadas a la más cruel y lenta de las agoní­as por inanición. Sí­, amigos, fui testigo del nacimiento, apogeo y decadencia de una población, qué digo población, una sociedad, una civilización en miniatura. Durante todo el tiempo que disfruté de mi privilegiada posición de observador, estirpes genéticas enteras de mohos perecieron y se extinguieron en la más absoluta ignominia mientras que otras mejor adaptadas a la taza de té surgieron por mutaciones puntuales y perpetuaron sus genes triunfadores a lo largo y ancho de su lí­quido hábitat.


   La conclusión que podemos sacar de todo esto es clara: ¡Qué putos marranos son los ingleses, la madre que los parió!