A ratos perdidos he ido viendo el “viejo†documental, dividido en tres partes, A personal journey with Martin Scorsese. Through american movies. Además de conocer las preferencias de Scorsese, resulta de lo más didáctico en cuanto a exégesis del cine. Hay una frase muy graciosa de King Vidor referente al Cinemascope, que surgió para competir en grandiosidad frente al aparato cuadrado del televisor. Dijo algo así como: «Sólo sirve para filmar cortejos fúnebres o serpientes». Algo de razón llevaba. Un formato que al principio sólo permitió contar visualmente grandes epopeyas.
Interesante también cuando Scorsese habla de la gramática del cine. El ejemplo que propone, Amanecer, de Murnau, es soberbio. La escena en que ambos eluden el acecho de los coches, del peligro, es fácilmente interpretable como un amor fortalecido más allá de la muerte. Sincrónicamente Murnau se permite la licencia de “ubicarlos†en un paisaje idílico, yo simplemente interpreté que la traslación de los personajes indicaba la paz que ambos experimentaban. Scorsese va más allá, acertadamente habla del equivalente en literatura al monólogo interior.
Como ando con Nabokov, la parte de adaptación al cine de Lolita me ha gustado. Para empezar, desconocía el grandísimo follón que creó su publicación por considerarse pornográfica; o los problemas que tuvo con su primer editor, una especie de buscavidas. Puedo entender el acojone de Kubrick, pero que le sugiriera que Lolita y Humbert Humbert al final de la peli se casaran… Nabokov, nada interesado por el cine, escribió un primer guión, que ―â€conociéndoloâ€â€• debió de ser de lo más ligerito. Kubrick lo elogió, pero fue tachando. La versión reducida también mereció halagos. Luego hizo lo que le dio la gana. Si en la peli hay alguien que no encaja en absoluto, ése es Peter Sellers como Quilty, al que además se le da excesivo protagonismo para mi gusto. Hasta James Mason viene a insinuar la fijación del director por el personaje/actor.
A todo esto yo venía a hablar de Perdición (1945), de Fritz Lang. La vi hace años ha, y he vuelto a ella. Qué grande E. G. Robinson. El final me parece un ejemplo fastuoso del poder del sonido (el disco rayado que suena en su cabeza como expresión de culpa.)