Charles Chaplin.
Otra apuesta segura. Quien haya visto un poco de cine mudo cómico -la mayoría, seguro- le vendrán a la cabeza algunos nombres.
Harold Lloyd: el torpe con aspecto de intelectual. Supongo que en la época representaba al estirado que no sabe siquiera cambiar una bombilla. También supongo que creaba hilaridad entre el público obrero más francote. Famosísima la secuencia en que queda colgado en lo alto de un edificio a la aguja de un reloj.
Buster Keaton: el hombre impasible. La comicidad residía en ser un personaje ajeno a sus circunstancias. Creo que incluso por contrato tenía prohibido sonreír en fotografías públicas. En cualquier tenderete de posters se pueden encontrar fotos de El maquinista de la general, él subido al engranaje antiguo de los trenes.
Laurel y Hardy: o el gordo y el flaco. Una trasposición de los payasos de toda la vida. Sin embargo, ni uno era el del todo tonto ni el otro del todo listo.
Charles Chaplin: el tierno Charlotte (*). El personaje ya no es un intelectual metido en fregados, ni un Keaton exento de emociones, tampoco un payaso, al contrario, los payasos son los otros, esos señores que visten traje y sombrero a los que él les lanza un pastel a la cara. Incluso las pelis que ahora pueden resultar dulzonas, rezuman sensibilidad dramática. La ciega, el chico. La música, él. En La quimera del oro, en Tiempos modernos, en El gran dictador, el cómico se convierte en una bestia del cine. Nos olvidamos, todas las generaciones solemos olvidamos, de los logros de las anteriores. Fue un maestro no sólo de la comicidad, también de la denuncia, crítico, valiente, sarcástico, incómodo. Recibió un óscar honorífico, que es lo que hace la Academia por pudor, por reparar su propia vergí¼enza. Eso sí, me consta que vivió de puta madre.
No me he olvidado de los Hermanos Marx. Un caso paradójico. Así como la mayoría de cómicos no sobrevivieron el tránsito al cine sonoro, ellos, todo lo contrario: la verborrea es su marca. Hijos de comediantes de vodevil, estoy convencida de que se sentían ligados al cine mudo, a sus aspavientos. Ahí estaba Harpo (he leído en el foro que alguien ha recomendado el libro Harpo habla, vale la pena leerlo, repleto de anécdotas de los albores del cine, jugosa la descripción que hace de la Garbo ). Harpo no los desvinculaba del todo al teatro, al cine de gestos, de correrías, de muecas, de sobresaltos. Hoy en día se llevarían todos los óscars al mejor guión del año.
(*) La de mimos que se han ganado el sueldo a cuenta del personaje (ya me estoy yendo, pero he recordado un momento graciosísimo en Tootsie, donde hay un mimo en plan estatua. Dustin Hoffman le da un empujón, porque sí, porque le da la gana).