parte de un relato.

Iniciado por Greñas, Agosto 25, 2012, 12:31:27 AM

Tema anterior - Siguiente tema

Greñas

Hangar 2

   Aunque los años de vida de Ignacio Manuel Mendoza Benavides no habí­an sido demasiados, apenas quince terrestres (sin incluir la biostasis, claro), habí­a vivido lo suficiente para saber que no era amigo de  las multitudes. Especialmente, si sobresalí­a más de un metro por encima de cualquier persona que hubiera a su alrededor.
     No era la primera vez que caminaba entre humanos corrientes. Una vez habia acompañado a sus hermanos para hacer un encargo para el gobierno colonial de Epsilon eridani. Los Epsilon deseaban en su sexto centenario como colonia â€" nunca supo si en años terrestres o epsilonianos, cada año epsiloniano duraba unos siete años terrestres- conconstruir un museo-palacio planetario en el que reunir su historia y cultura. El sistema Epsilon solo cuenta  con un planeta habitado y un enorme cinturon de asteroides sin demasiado valor, de modo que habí­an vuelto sus miras a su sistema madre y encargado a Titan cantidades asombrosas de mármol, además de la construcción de estatuas de diamante de cuarenta o cincuenta metros de altura. Los Mendoza habí­an sido contratados para viajar hasta una nave fundición orbitando en Neptuno para diseñar y supervisar su construcción.
   Flotar junto a planetas gigantes gaseosos en el espacio no era algo que le inquietara, pero las perspectiva de contactar con humanos de otros planetas era toda una novedad. Durante las semanas que duró su viaje a Neptuno se revisó todos los datos que cayeron en sus manos sobre los épsilon y su cultura, asi como la de los muchos terraqueos y marcianos que encontrarí­a.
   Ernesto, su hermano mayor , se burló de él. "Tras las presentaciones y las buenas palabras,  los humanos corrientes tienen muchos problemas  para ignorar lo grandes que somos", decí­a. "Les hacemos sentirse pequeños, eso no les gusta. ¿Quieres hablar de historia? Centrate en tus en tus estudios", y volví­a a centrarse en los holos interactivos con su otro hermano, Felipe. La idea era sumergir enormes moldes en los océanos de carbono lí­quido en Neptuno, izarlos hasta la nave fundición y controlar su cristalización en diamante. Después, una vez los moldes fueran retirados, quedarí­a el pulido principal, retocando los detalles finales en Epsilon.
   Manuel acató el consejo, aunque no terminó de creerlo. Interiormente, se rió de sus hermanos por despreciar la oportunidad que tení­an de acercarse a otros humanos, de aprender costumbres nuevas y diferentes, de escuchar a seres sobre otros mundos.
   Sin embargo, sus hermanos tuvieron razón. La delegación Epsilon les acogió con amabilidad, les alojó con comodidad y les ignoró lo que pudieron hasta que los moldes estuvieron completados. Comprendió que aparte de el dinero que pagarí­an, poco más obtendrí­a de ellos aparte de una frí­a cortesí­a bajo la que reptaba algo que no supo definir, pero que asemajaba mucho a la compasión.
   Nunca habí­a pensado ser merecedor de ella. Ernesto se encogí­o de hombros cuando le preguntó acerca de ello y le repitió que aquello era solo un trabajo y se olvidara de lo demás. Felipe se mostró igual de indiferente, pero al menos respondió algo.
"El traje neumático. Quizá piensen que somos inválidos sin él".
   Doscientas horas después, sólo entre las estatuas almacenadas en los hangares, se despojó del traje. Dolió un poco al principio. Los motores de gravedad de la forja orbital la habí­an ajustado un poco menor que la terrestre. De inmediato, le faltó el aire y su cuerpo se sentí­a como si la piel fuera de plomo. Su corazón se descoordinó. Entre lágrimas, volvió a ponerse el traje. Y allí­, caminando mientras recobraba el aliento entre brillantes quimeras de treinta metros y ninfas que mostraban a lo alto flores de las que fluí­an inertes gotas cristalinas que se deslizaban por brazos tersos, comprendió. Se acercó a la entrada del hangar y miró el infinito, lleno de estrellas. Solo.
Las abejas no pierden un segundo de su existencia mostrando a las moscas que la miel es mejor que la mierda.

Dolordebarriga

Para mi gusto le falta que lo pulas bastante, encuentro especialmente horroroso el principio, lo de las multitudes. Pero la base me parece interesante, así­ en principio me ha recordado a los relatos cortos de Asimov.
"Yo siempre documento lo que digo"