No podría estar más de acuerdo con este artículo del blog que me descubristeis el otro día:
¡Niñatos!

No sé dónde ha quedado lo del respeto al rival ni cómo conjugaremos ahora eso de «nunca menosprecies al contrincante porque desmereces lo conseguido por tu ídolo», lo que sí tengo claro es que la prensa anglosajona y sus mamporreros han perdido una bonita oportunidad de materializar con hechos sus palabras y eslóganes para párvulos, y, desde luego, que Max Verstappen está muy por encima del comportamiento de tantos malos perdedores como han salido de sus madrigueras desde el pasado domingo por la tarde.
No era cultura del esfuerzo lo que nos vendían desde Brackley, tampoco era cultura de la excelencia, era ventajismo adornado con papel de regalo y lazo, porque en cuanto las cosas no han salido como estaban programadas, el castillito de naipes se ha venido abajo como golpeado por un miserable soplo de brisa.
Bastaba estar preparado, tener un plan B por si el campeonato se torcía. Bastaba ser inteligente y aceptar que la derrota te hace más fuerte. En cambio, la troupe que rodea a Lewis Hamilton y lo ha protegido desde 2014, ha decidido empañar el título 2021 con hazañosas actitudes que no se les ocurriría adoptar ni a mis sobrinas nietas. Al hijo de Mariano Rajoy tampoco, quien, incluso ejerciendo de Presidente de Gobierno, tuvo agallas para reprobar en público el mal comportamiento de su vástago con una colleja.
Desgraciadamente escribo a diario. No me asusta la actualidad ni busco enmascarar la realidad escribiendo sobre el pasado. Del pretérito me gusta extraer lecciones, nada más, de manera que he apuntado con anterioridad casi todo lo que ha acabado sucediendo.
Admite Toto que quizá no pueda convencer a Lewis para que siga en 2022, pero me pregunto si no ha tenido tiempo el boss de Mercedes AMG para preparar a su piloto para un resultado adverso.
Tenéis todo Nürbu para comprobar lo que nada que he creído sobre las pesadillas recurrentes del líder austriaco, cómo ese juego del gato y el ratón se llevó por delante tal vez el quinto entorchado de Sebastian en 2017, o el poco crédito que he dado a una era híbrida que comenzaba en 2007 y en la que tuvo mucho que ver el cambalache Brawn GP / Mercedes GP.
El título de Max es tan legítimo como el de Lewis en 2008, en el que intervinieron tanto Timo Glock en Interlagos como Nelsinho Piquet en Singapur; el paso por vicaría de Nico Rosberg después de Bélgica 2014, la bajada de perfil del alemán en 2015, su renuncia a continuar tras haberlo logrado en 2016... No hay que ser muy inteligente para saber en qué ha consistido la hegemonía de Mercedes AMG y Lewis Hamilton, de qué iba que a Valtteri Bottas le robaran su victoria en Rusia 2018 por el bien del equipo.
El británico, el GOAT, se ha encontrado con la horma de su zapato en 2021 y ha salido del lance con el rabo entre las piernas. No fue capaz de hacerlo en 2007, ni en 2016, ni lo ha sido ahora, fundamentalmente porque Toto Wolff no es un racer capaz de enfrentarse a su piloto número uno para decirle que la Fórmula 1 es un mundo áspero donde no siempre se gana. Sobre la pataleta también he escrito, pero no importa ahora. Los pupitas, los agraviados, los niñatos, pretenden que adoptemos su discurso, pero seremos profundamente mononeuronales si lo compramos, y no por sus protagonistas, sino porque es una historia falaz que hace agua en todas sus esquinas.
Tenemos Campeón del Mundo y se llama Max Verstappen, y a quien no le guste, que se joda.