De haberlo sabido adivinar, por nada del mundo me habría atrevido entrar allí, pero ése día no me dio por jugar a las adivinaciones. Escapar era lo único que quería, escapar de allí.
Estaba lleno de moscas verdes con colmillos, todas ansiosas por comerme para merendar. La primera mosca que se atrevió a morderme acabó aplastada con mis propias manos. Eso hizo retroceder al millón de moscas que venían detrás. No se lo iba a poner tan fácil, lucharía por defender mi vida aplastando con mis propias manos a quien se atreviera a acercarse a mí.
-¡Llévate cuidao que te arranco las alassssss! –grité a una que se estaba acercando peligrosamente
La mosca se quedó quieta mirándome. De mi parte yo también la seguí mirando a ella hasta que la acobardé con mi mirada. Luego se dio la vuelta y se unió al grupo.
Tenía controlado al ejército de fieras en la distancia de unos metros, trabajando mi mente para ver si había alguna forma de salir de allí. Había visto películas en las que el héroe se ve en trances peores que el mío y consigue vencer sin apenas despeinarse. Había crecido con ellas, pero la mayoría de edad me había servido para diferenciar entre la ficción y lo real. Allí no existía la magia del cine.
Las moscas, capitaneadas por una mosca que a mi parecer intentaba convencerlas de que la unión hace la fuerza, fueron por fin convencidas, y en un instante me vi rodeada de ellas. Yo les dije que no, que pararan, que estaba dispuesta a negociar, que si esto, que si lo otro… Una parte de mí ya había desaparecido. Ante la inminente desaparición de otra parte, yo seguía empeñada en defenderme, pero no me quedaron fuerzas apenas para levantar mi brazo devorado hasta el codo y decirle adiós a la vida,,,
(Lo que hace el aburrimiento)