Telediarios de autor-José Luis Alvite

Iniciado por Tejemaneje, Septiembre 04, 2006, 09:46:02 AM

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Tejemaneje

TELEDIARIOS DE AUTOR (de José Luis Alvite, publicado en el Faro de Vigo)

No hace tantos años de aquello. José Marí­a Carrascal introdujo en los telediarios un toque personal que no se quedaba en sus vistosas corbatas, sino en su manera de dar las noticias y en el delicado broche de su comentario final sentado al filo de la madrugada en el borde de su sobria mesa de presentador. El cierre informativo de Televisión Española lo hací­a Felipe Mellizo, que echaba la persiana con un montaje de flores y veleros, cuatro frases capaces de callarle la boca a los cerdos y algo de Bruckner, de Chopin o de Schubert que paliaba para toda la noche las malas noticias del dí­a. A la hora del almuerzo disponí­amos de la presencia de Luí­s Carandell, que incluso le daba aplomo de sonata a las carreras de motos. Carrascal era un señor mayor que habí­a echado las canas en Berlí­n y en Washington, Mellizo tení­a un rostro prematuramente envejecido que pudrí­a la luz, y el bueno de Carandell tení­a una voz profunda y algo desafinada que le daba a las superfluas noticias del verano una hondura sabia y catarral que no hemos vuelto a ver en televisión. Los tres tení­an en común haberse formado en las redacciones de los periódicos y ese difí­cil aplomo que tanto se parece el hastí­o, al escepticismo y al cansancio. Daban las noticias sin olvidar el valor sintáctico de las pausas y de sus rarí­simos errores salí­amos siempre con el beneficio de su culta y elegante manera de enmendarlos. En cualquiera de ellos, amigo mí­o, incluso la tos y el silencio parecí­an prodigiosos derroches de improvisación. Hicieron los últimos telediarios "de autor"
antes de que la televisión se llenase de champú y de cromos, de locutores a los que incluso tienen que escribirles las pausas y de chicas que parecen elegidas con los mismos criterios culturales y estéticos con los que se resuelve habitualmente al elección de una camarera para un local de alterne. Como están ahora mismo las cosas en la pequeña pantalla, podrí­a decirse que el talento ha sido sustituido por la ropa y por la sombra de ojos. Ya nadie hace las pausas como antes, ni hay locutores que sepan toser sin esperar que alguien les saque del apuro con una ecléctica frase de emergencia dictada in extremis por el pinganillo de órdenes. También fue barrido cualquier atisbo de improvisación y hay noticias banales de las que por lo general los espectadores solo recordamos los suculentos labios de la locutora, igual que de un obsequio mediocre solemos conservar en la memoria la buena pinta del papel de regalo. Importa poco que prescindan de una presentadora en el telediario. Hay miles de rostros así­ en cualquier lugar de España. Estamos en pleno apogeo de la belleza como factor de convicción y lo de menos son las ideas que se transmitan o la forma de divulgarlas. Para el éxito sólo se exige cierta dosis de temeridad, un toque de falsa modestia y una buena funda dental. Eso explica que los programas culturales hayan sido desviados a horarios marginales, en mitad de la madrugada, en esa franja horaria en la que sólo están despiertos los bohemios, la muerte y las bolsas de la basura. Rosa Marí­a Mateos tení­a unas agradables facciones de mujer madura y no carecí­a de aplomo ni de cultura, pero se habí­a hecho mayor y en televisión no tiene cabida una mujer que no pueda vender las noticias con la misma erótica facilidad con la que podrí­a vender una copa en un club de carretera. Lo de menos es que presente el telediario una chica culta, porque de lo que se trata es de que más que inteligente, parezca fértil, y sobre todo, que resulte llamativa, erótica, una pizca excitante, en ese punto de equilibrio entre Oxford y Las Vegas que sólo alcanzan las luminosas heroí­nas de los telediarios cuando prescinden de un par de botones en sus blusas. Cada vez que pienso sobre este asunto, suelo acordarme de Marí­a Antonia Iglesias, que nunca fue una diva de la televisión porque cada vez que intervení­a en un debate, lo hací­a con una resolución penetrante, convencida y asexuada, lo cual resulta contraproducente en un modelo televisivo en el que los informativos nos traen las malas noticias en la sonrisa de una señorita guapí­sima que en el telediario de Luis Carandell solo podrí­a haber intervenido para disculparse por su presencia. José Marí­a Carrascal regresó a la prensa escrita y lleva una serena vida de jubilado. Luis Carandell y Felipe Mellizo se murieron a tiempo de no desesperarse viendo estos otros telediarios en los que a la chica del tiempo sólo se le exige una refrescante sonrisa de heladera y una respiración contenida para que sus tetas no tapen todo el rato las Islas Baleares...