Joia Vaindad I (de yonkis)

Iniciado por Dolordebarriga, Septiembre 30, 2006, 06:27:26 PM

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Dolordebarriga

Mi padre era el encargado del turno de noche de una fábrica de harinas de pescado. Los dueños de la fábrica, supongo que por razones puramente polí­ticas, ( sobres repletos de dinero bajo mano y esas cosas tan tí­picas de nuestra bizarra economí­a), decidieron construir otra fábrica en un pueblito de la costa del norte de España.

A mi viejo le ofrecieron, (bueno realmente fue un “lo tomas o lo dejas”) ser encargado del turno de dí­a allí­, para formar y controlar un poco a los nuevos empleados. Le daban bastante más plata y una pisito pagado en régimen de alquiler en el pueblito. Se lo dijeron en un mes de junio y a mediados de agosto, la familia Pelaez, hizo los bártulos y se largó para allí­.

Yo tení­a 12 años y dejaba atrás una novieta, con la que incluso planee escaparme al enterarme de que nos mudábamos de lugar, un montón de amigos y todos los recuerdos de mi vida.

Luego, la verdad, es que no todo fue tan dramático como pensaba, el inicio del curso escolar en un nuevo centro, con treinta (más o menos) nuevos compañeros resultó bastante mejor de lo que en un primer momento parecí­a. Yo era el niñato catalán de ciudad comenzando un nuevo curso en una escuela donde ya todos se conocí­an de toda la vida. Pero enseguida conecté con la gente y mi vida volvió a estabilizarse. Eso significa que tuve otra novieta y comencé a espaciar cada vez más las cartas de amor con la antigua novia de ciudad, si, con esa con la que nos habí­amos jurado amor eterno. La vida a los 12 es mucho más sencilla y lógica.

En la clase, como en todas las clases, estaban representados todos los arquetipos, los lideres, las guapas, los pringados, las tí­midas, los freakis. Bueno todos habéis ido alguna vez a la escuela y tenéis perfecto conocimiento de cómo funciona este mundo.

Hay compañeros de clase que están toda la vida a tu lado pero de los que tú nunca llegas a saber absolutamente nada, esos niños grises como difuminados que se sientan en las filas intermedias y de los que una vez que abandones el colegio olvidaras inmediatamente su nombre, su rostro y su voz.

Una de esas niñas, que ahora bautizaré como Beatriz, era conocida en mi clase por sus ausencias a la hora de pasar lista ( “Pérez, Beatriz” , “no ha venido señorita”). Era una niña tí­mida , que hablaba muy poco y que vení­a poco a clase, aunque sacaba buenas notas.

Un dí­a de primavera el tutor de la clase nos dijo que tení­a que comunicarnos una cosa muy importante. Nuestra compañera de clase, Beatriz, que ese dí­a tampoco habí­a venido, tení­a una leucemia del copón y le quedaban algo así­ como tres meses de vida. Sus padres y ella misma habí­an decidido que sus compañeros supieran la noticia y el tiempo que le quedaba pretendí­a hacer vida normal.

Es muy difí­cil contaros que es lo que pasa en una clase de chavales de 12/13 años cuando te dicen que alguien de tu misma edad se va a morir en un suspiro.

Cuando a los dos dí­as Beatriz se incorporó a clase hubo de todo, muchos eran incapaces de mirarla a la cara, otros eran infinitamente amables y condescendientes con ella…

A mí­, me fascinó la idea de que hubiera alguien de mi edad con la vida ya marcada, con una fecha de caducidad cierta y segura y sobre todo pensaba que a mí­ sólo me quedaban tres meses para intentar conocer a una persona de la que en los siete meses anteriores nada habí­a sabido. Tal vez fuera una chica realmente interesante y no me quedaban más de tres meses para conocerla, compartir y aprender de ella.

Seguramente porque nunca la traté como la pobrecita Bea que se va a morir de un dí­a para otro, me recibió muy bien. Nos hicimos realmente amigos, hablábamos muchí­simo durante el recreo y los dí­as que no vení­a escuela me pasaba por su casa y si su madre me daba permiso, los dí­as que no estaba muy pocha, nos encerrábamos en su habitación y se nos pasaba la tarde sin darnos cuenta.

Mi novia del cole, de la que ya ni recuerdo el nombre, acabo enfadada conmigo y enrollándose con mi mejor amigo de la clase, cosa que no me importó en absoluto y además me sirvió para darme cuenta de la relatividad de ese sentimiento tan extraño que llamamos amor.

Un dí­a en la habitación de Bea, habí­an pasado dos meses desde que nos reunieron en el cole para comunicarnos su enfermedad, estábamos enfrascados en una conversación que ahora ya no recuerdo, pero seguro que era divertida e interesante, ya que Bea era una de las personas más ingeniosas e inteligentes que he conocido nunca, cuando ella me dijo que nunca le habí­a besado nadie y que “se morirí­a por un beso mio”.

Yo que era, y continuo siendo un gilipollas y siempre tengo la necesidad de soltar el comentario gracioso (joia ironí­a!!) le contesté un “paso de competir con la leucemia, yo te beso pero mejor que te mate ella” lo que provocó que a ambos nos diera un ataque de pura risa. A Bea le entró la tos de tanto reirse y su madre preocupada apareció en la habitación y nos dijo que era mejor dejar por ese dí­a la conversación.


Los tres siguientes dí­as no me dejaron entrar a verla. Al cuarto murió.


Cuando fui al velatorio no tení­a la idea preconcebida de besarla, pero cuando la vi, tan guapa y serena dentro de su ataúd blanco supe que querí­a y tení­a que hacerlo. Se que fui a tocarla como el resto de la gente (en España se toca mucho a los muertos) pero me descubrí­ presionándole las mejillas con mi mano para abrirle la boca e introduciendo mi lengua entre sus labios.

Recuerdo que la gente gritó y que alguien me soltó una soberana ostia por la espalda y que me sacaron a empujones de la sala del velatorio.

Recuerdo también que mi padre, por la tarde cuando volvió de la fábrica llevaba los ojos inyectados en sangre y me dio la primera y única paliza de mi vida.

Recuerdo también como a mi vuelta al colegio nadie me hablaba y todos me evitaban. Se que también a mis padres y hermanos les hicieron el vací­o en el pueblo.

En julio, mi padre, pidió el traslado, por motivos personales a su antigua fábrica y los dueños se lo concedieron inmediatamente.

Volví­ a mi ciudad, a mi vida anterior, mi familia nunca ha hablado del tema, es un gran tabú, y si alguien preguntaba porque nos volvimos ofrecian los más peregrinos motivos.

Al final parece que aquello no llegó a ocurrir nunca, pero lo cierto es que sucedió y lo que es todaví­a más cierto es que nunca me he arrepentido por besarla.

Estoy absolutamente seguro de que a ella le encantó ese beso y de que si al final no nos acabamos cuando nos morimos me estará esperando para devolvérmelo.


Vuestro, escriba sentado;

Dolordebarriga
"Yo siempre documento lo que digo"

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Hotia! Me ha gustado.

Me gusta recordar esos años.