LA LEYENDA DEL INTOCABLE
Forma parte del selecto puñado de personajes que cautiva sin distinciones a los argentinos memoriosos. Como Fangio, Gatica, Niní Marshall, Olmedo o Maradona, Nicolino enciende las emociones y la añoranza. Esta es la entrevista al Maestro del boxeo-arte.
"Fují... Uy... pobrecito, va a tener que conformarse con pegarle al referí". El 12 de diciembre se cumplieron 30 años desde que Nicolino Locche pronunció la frase. En Tokio se hacía de noche, el frío apretaba de verdad y la lluvia se ponía cada vez más densa. Fue en ese estadio Kuramae, donde normalmente se veía sumo, y muy de vez en cuando había veladas de boxeo. Esa noche volvería a estar frente a su público un hawaiano de padres japoneses, Paul Fují, quien se convirtió en ídolo con su estilo frontal, aguerrido y fajador. Fue, hasta esa noche, el campeón mundial de los welter junior.
El Intocable ya había tenido noches sensacionales, volviendo locos primero a sus paisanos mendocinos, luego a los porteños que llenaron el Luna Park en sus célebres peleas ante Joe Brown, Ismael Laguna o Carlos Ortiz. Un tipo distinto, Nicolino Locche. Un boxeador distinto. Imparable en el ring. Sereno, hasta el colmo de dormirse plácidamente en la sesión previa de masajes al combate de esa noche en Tokio. En ese momento en que los boxeadores llegan al climax de la neurosis, él mantenía una tranquilidad que impresionaba...
Así fue como un par de horas después le daba a Fují –aquel peleador, aquel fajador–, en nueve rounds, la paliza más impresionante que un boxeador argentino haya dado en tierras orientales. Esa noche fue más Intocable que nunca. Lo había dicho un par de semanas antes cuando le mostraron una película de una defensa anterior de Fují, en la que demolía a un muy buen púgil, Sandro Loppopolo. Locche pidió un cigarrillo y sonriente dijo: "A éste me lo mandó Dios. A éste me lo como...".
Una secuencia fotográfica histórica. La de la noche grande de Nicolino en Tokio. Cuando las peleas se seguían, invariablemente, a través de la radio. Como hoy, en los bares y en las casas, pero a pura imaginación. Y si hubo alguien que no pudo verlo a Nicolino aquella velada del 68, ese fue el japonés Fují. Dicen que aún lo sigue buscando, entre las impiadosas sogas de la memoria.
–Nicolino, pasaron 30 años... ¿Recuerda esa noche?
–Claro. Yo sabía que no podía perder. Si ese Fují peleaba como a mí más me convenía.
–Pero le metió una mano al final de la pelea que lo conmovió.
–¡Qué piñazo! Me pescó con un cross en el oído derecho y me dejó un zumbido... Pero para esa pelea me preparé como nunca. Llegamos como 25 días antes a Tokio, con Paco Bermúdez, mi técnico, y Tito Lectoure. Tito me despertaba todos los días y me acompañaba a hacer footing. Y todos los días hacía frío y llovía.
–Y finalmente llegó la pelea...
–Sí, siempre me manejé serenito. Hice lo que me propuse durante casi toda la pelea. Si hasta en un momento, creo que íbamos por el quinto o el sexto round, me di el gusto de preguntarle a Cacho Fontana cómo iba la transmisión de radio... Hasta ese último round. Fue tremendo. Me acuerdo que Tito gritaba: "No sale, don Paco, no sale..." Los japoneses tiraban almohadones, latitas, vasitos de cartón...
–Pero después quisieron que se quedara a vivir en Japón.
–Me ofrecieron mucha plata para quedarme a enseñar boxeo allá. Pero les dije que no. Si ellos no sabían ni cómo me llamaba. Como en la bata decía Peñaflor, la fábrica de vino que me patrocinaba, se creían que yo me llamaba Peñaflor Locche...
–¿Cuánto ganó por esa pelea?
–Algo así como cinco mil dólares... Pero a los 29 años lo único que me importaba era ganar el título para mi país. Fue muy lindo, pero lo tengo, y si hoy hay algo que me duele, es ver poco boxeo... ¿Sabés qué pasa? Siempre escucho lo mismo, que desde los rincones van y le dicen a los boxeadores que vayan y peguen, vayan y peguen... Nada más que palo y palo. Nadie piensa, se enseña muy poco. Si Don Paco estuviera vivo...
–¿Y con el pucho cómo se las arregló en Japón?
–Amigos hay en todas partes. Hoy un periodista, mañana un mozo de hotel... Si yo fumo desde los 8 años. Cuando entré al gimnasio ya pitaba, y eso que Don Paco Bermúdez me perseguía....
Mucho sucedió en la vida de Nicolino desde aquella noche de fantasía. A aquella noche enclavada en el recuerdo, le siguieron otras peleas. Algunas brutales.
Como cuando en el 94 debió realizarse una operación cardiovascular en la que le realizaron tres by-pass. Claro que ni siquiera por entonces cambiaron los hábitos de Nicolino. Poco antes de la intervención quirúrgica insistió en que lo dejaran solo en la habitación y consiguió que las enfermeras le dejaran dos fósforos... Decía que eran para "prenderle una vela a la Virgencita y rezarle". Pero en realidad, se encerró en el baño, extrajo de sus ropas un cigarrillo que había escondido y se lo fumó como si fuera el último...
Claro que el pasado 16 de julio le metió un nuevo esquive a la vida, cuando con 59 ya cumplidos salió de alta del Policlínico de Cuyo, donde había estado al borde de la muerte por una afección pulmonar. Al punto que un cura llegó a darle la extremaunción. Pero fue en ese momento que abrió los ojos, y al rato... volvió a pedir un cigarrillo...
Esta vez no se lo permitió María Rosa Gelleni, su segunda mujer. La conoció hace 18 años en un cabaret y permaneció con ella "a pesar de todo lo que me dijeron, de que no me convenía y mil cosas más. Pero fue ella quien me salvó la vida". Se casaron durante su internación en el Policlínico de Cuyo, cuando parecía que el último campanazo decretaría el fin de la pelea. Fue una promesa que se habían hecho. Salieron juntos, como en los últimos 18 años. Ella, diciendo : "yo me voy a ocupar de que mi Bochita no fume nunca más". Y se fueron a su casa de la calle Coronel Plaza al 500, en Mendoza capital.
–¿Qué extraña de la época de campeón, Nicolino?
–No, nada, Para mí no existe el mirar para atrás. Fui campeón del mundo, pero eso pasó hace muchísimo tiempo. Si vivís de recuerdos, te comen los piojos, no comés.
–¿No hizo buena plata siendo campeón?
–Antes no se ganaba tanto. Te daban un porcentaje de la recaudación y los gastos eran muchos: impositiva, municipalidad, manager...Te quedabas con dos mangos.
–Además tuvo fama de no guardar la plata, como, por ejemplo, lo hizo Acavallo.
–Me gustaba vivir bien e invitar a los amigos. Siempre me reprocharon eso, pero no fue para tanto. Lo que pasó es que puse varios negocios, una estación de servicio, una fabrica de juguetes, un vino con mi nombre... Pero me metí con delincuentes, con cuenteros. Mucha gente me embromó. Hasta un hermano al que le puse una carpintería. Además, a mí el dinero nunca me importó demasiado.
–¿Sigue pensando que la felicidad es estar junto a María Rosa, su mujer, y con 50 pesos en el bolsillo?
–Claro. Cincuenta manguitos, y de los viejos... para un atado de cigarrillos y dos cafés... Con María Rosa entendí lo que era la pareja. Ella me cuida. Ella me enderezó, me enseñó a ahorrar. Y todo lo malo que pasamos nos unió mucho más. Es cierto que la conocí en un cabaret. ¿Y qué? Cuando la conocí me estaba por separar de mi primera mujer.
–Tiene tres hijos de su primera mujer. ¿Con María Rosa no pensó en tener hijos?
–No, no podíamos. Pensamos en adoptar, pero después decidimos que no. Ahora vivimos el uno para el otro. Donde va uno, va el otro.
–¿De qué se arrepiente, Nicolino ?
–De nada, si volviera a nacer haría exactamente lo mismo. Solamente cambiaría algunas cosas en lo personal. Algunas cosas de mi primer matrimonio. Creo que no volvería a meter la pata de vuelta...
–¿Y por qué no está más cerca del boxeo? Entrenando a los muchachos jóvenes...
–Lo hice, por ejemplo, con Gustavo Ballas. Pero el boxeo es muy exigente. Imaginate que lo primero que tendría que decirle a un pibe que recién empieza es: "mirá, macho, el boxeo es no tomar, no trasnochar, no joder, acostarse temprano, hacer footing, entrenarse mucho, bancarse las trompadas...". Lo primero que hace ese pibe es salir corriendo, dedicarse al tenis y tomarse una cervecita...
–Pero cuando empezó usted, ¿no sabía que era así?
–Hice esto por necesidad. Al fin y al cabo el boxeo no es un deporte, sino una profesión. Yo empecé a entrenarme a los ocho años, con Paco Bermúdez, mientras trabajaba instalando cañerías de gas. Recién a los 18 me hice profesional. Me propuse ser campeón del mundo, y lo conseguí, aunque sea a los 29 años.
–¿Fue Paco Bermúdez el que le enseñó el estilo boxístico?
–No, con eso se nace... ¿Cuántos jugadores de fútbol hay en la Argentina? Miles, millones, pero Diego Maradona hay uno solo, viejo... Y con el boxeo pasa exactamente lo mismo. No es que yo haya sido el mejor de todos, sino que utilizaba un estilo más estilizado, más suave y humanizado. Yo hacía un show, y lo hacía no sólo porque era lo que le gustaba a la gente que iba al Luna Park, sino porque era lo que me gustaba a mí. A mi me encantaba que la gente se riera.
–No pasaba con otros boxeadores. Era un clásico ir a verlo al Luna... Como dice el tango de Chico Novarro...
–Sí, hice 122 peleas como amateur y 154 como profesional... Pero yo, simplemente, me mantuve sin atropellar a nadie. A mi nunca me mareó el éxito...
–El fin de los boxeadores es generalmente triste...
–Pero no todos somos tarados o ignorantes. Son pocos los que hicieron quilombo... Yo duermo tranquilo.