HK

Iniciado por Dadu, Noviembre 27, 2006, 07:47:19 PM

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Dadu

Estamos sentados en la terraza de la Peak Gallery, en el monte Victoria. Desde aquí­, Hong Kong aparerece ante nosotros como un brasero incandescente y  rutilante. Acaba de anochecer y las miserias de esta ciudad impresionante se esconden en la oscuridad mientras que la virtudes se realzan con las luces de neón. Carmen Ou  Yang bebe despacio a mi lado y fuma con largas aspiraciones, como una vieja fumadora de opio. Ante nosotros, el banco de China, obra del arquitecto I.M. Pei,  se alza como un cuchillo de azogue. Carmen Ou me sonrí­e de vez en cuando, uno junto al otro, a miles de kilómetros de distancia, justo al otro lado del mundo, cosas, me digo, de que el mundo sea redondo. Aquí­ todo es competencia. Y ahí­ está para demostrarlo el edificio del Banco de Hong Kong y Shanghai, de  Normal Foster. Otros edificios de menor importancia se reflejan  en el canal y producen destellos fantásticos e irisaciones que invitan a florecer la imaginación. Pero para saber de esta ciudad  que se eleva al cielo hay que descender, buscar el pormenor horizontal, sobar el facto humano de sus tiendas, de sus fábricas, de sus trading, de sus gentes.  Aquí­ se puede comprar cualquier cosa, a cualquier precio, no importa cuan irracional sea el deseo: sólo se tiene que pedir. Millones de hongkonenses se desviviran para complacerte. En Nathan Road, en Cetral o en Kimberley, en mercadillos o en tiendas como Hermes, Cartier o  Lladró.  En Hong Kong tienen los anuncios de neón más grandes del mundo, y si no, uno no tiene más que preguntar en cualquier recepción de los lujosí­simos y vanguardistas hoteles que pueblan esta ciudad misteriosa. Carmen Ou es una mujer joven. Va vestida de arriba debajo de Bickberry. No es muy guapa y tiene un aire triste. Le entusiasma lo español. Estuvo en España varias veces cuando estudiaba en Inglaterra. Por eso me acompaña. Es un honor para mi. Carmen Ou pertenece a una de las más influyentes familias de Hong Kong desde los primeros tiempos del colonialismo inglés. Un Rolls Royce aparta debajo de la terraza. El chofer abre la puerta y seguidamente abre la trasera, de donde sale una mujer mayor tocada de rimbombante pamela. La mujer toma el brazo del chofer y sube. Sonrí­o. En la segunda de las veces que vine a esta ciudad, y siendo ésta la que mayor número de Rolls per cápita posee del mundo, vi a uno de estos lujosí­simos coches por Canton Road, y cual no serí­a mi asombro cuando  su ocupante de atrás, bajo el ahumado cristal de la ventanilla y escupió en plena calle como un avezado baquero. Aquí­ cada dí­a se hacen nuevos ricos y nuevos pobres, quienes se trasladan a Causeway y a Pedder Street donde los aquileres y el precio de la vivienda es igualmente el más caro del mundo, y hay quienes se traslada a la humildad barcaza, done viven los tanka o sui seung yan, o gente sobre el agua. Todo ello en contraste permanente. Lujosos barrios junto a hormigueros como Shamshuipo, cuyos edificios, ruinosos y mugrientos recuerdan los de Black Runner. Sonrí­o. Una bicicleta con alforjas aparca junto al Rolls Royce y el ciclista saca dos patos laqueados. Miro a Carmen Ou, y su rostro parece en pleno vuelo entre oriente y occidente. Hong Kong puede ser una ciudad terrible si tu corazón no palpita a su mismo ritmo. Carmen levanta su brazo derecho con el í­ndice apuntando el cielo e instantáneamente un camarero, reverencial se inclina ante ella. El camarero parece angustiado por no haber adivinado aquel gesto. Y Carmen pide que le renueven su mejunje. Ya es la tercera vez. Señala mi cerveza y asiento. Un par más y acabaremos los dos borrachos.  Miro hacia atrás y veo al chofer. Bebe agua. Evian, claro. Parece un chino fuerte, y sonrí­o ante la idea de que si es necesario podrá subirme a la habitación y dejarme sobre la cama.  

Basho

Después de leer HK, voy a tener un detalle con Dadu, y le voy a contestar: Tu escrito es una puta mierda.

Dadu, no me des las gracias, ha sido sólo un pequeño detalle sin importancia e indigno de agradecimiento.