Tres dí­as en Doñaña-Ignacio Camacho

Iniciado por Tejemaneje, Enero 04, 2007, 10:25:44 AM

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Tejemaneje

Artí­culo de Ignacio Camacho publicado en el periódico oficial del Areópago. Por cierto que ayer, Davig Gistau, en El Mundo, comparaba la actitud del presidente con otra a la que también me habí­a recordado, aquella en la que le dicen a Bush al oí­do lo de las Torres Gemelas y se queda tan campante contando cuentos a los niños:

CADA uno es libre de equivocarse como quiera, pero hay errores que el pueblo no perdona, que son los que se derivan de la soberbia del poder. Zapatero ha cometido dos, y muy seguidos: uno, la inexplicable euforia de la ví­spera del atentado, y otro, la inexcusable huida posterior, esos tres eternos dí­as en Doñana durante los que un paí­s sumido en la zozobra no ha encontrado el liderazgo de un presidente a la altura de las circunstancias. El primero lo puede descargar sobre los servicios de información, sobre el Ministerio del Interior, sobre cualquier subordinado que le sirva de coartada para esquivar la realidad de su propia autocomplacencia confiada; pero el segundo es sólo suyo, incompartible, indelegable, exclusivo. Silencio y ausencia: he ahí­ la clase de respuesta que retrata a un gobernante ante su pueblo.

La sensación que en estos momentos ofrece el presidente es la de un hombre perplejo, zarandeado por un revés que no alcanza a comprender del todo. Resulta patético que dos subalternos como Blanco y Rubalcaba hayan tenido que salir a escena para apagar el fuego que habí­a prendido la titubeante comparecencia del sábado. Esa tarde desgraciada, Zapatero parecí­a zumbado, sonaca, incapaz de asumir que estaba ante su mayor desengaño. Luego desapareció, escapó a Doñana quizá para rumiar el fracaso en el horizonte despejado de la marisma. Es probable que en estos tres larguí­simos dí­as haya esperado en vano una noticia, un mensaje, un hilo al que agarrarse para no ver triturada su esperanza antes de aceptar la terca evidencia y enviar a sus edecanes a firmar el certificado de defunción del «proceso». Pero en ese tiempo su ausencia ha clamado de un modo atronador entre los escombros de Barajas y entre la conciencia de una ciudadaní­a huérfana de explicaciones, de dirigencia, de consuelo.

Es el sí­ndrome del poder, esa droga de orgullo que aleja de la realidad a quienes la prueban y los rodea de un halo de estúpida arrogancia, los vuelve impermeables a la crí­tica y refractarios a la sensatez. Para desintoxicarse, la medida más urgente es admitir ante el espejo los errores, y este Gobierno necesita reconocerse siquiera a sí­ mismo que se ha equivocado. Que eligió mal los interlocutores, que disponí­a de información averiada, que se cegó en una euforia imprudente, que se creyó invulnerable al engaño. Si no lo hace pronto, cometerá un nuevo error más grave: enfrentarse al problema lastrado por sus propios prejuicios. Se dirí­a que está a punto de hacerlo, y lo hará si entierra el Pacto Antiterrorista, si renuncia a restablecer el consenso y trata de buscar un camino por su cuenta. Si hay algo que ETA sabe hacer, porque carece de escrúpulos, es encontrar el modo de aumentar la tensión, generar divisiones y amplificar el encono.

La obnubilación suele desembocar en contumacia. Zapatero está en ese momento crí­tico en que necesita protegerse de sí­ mismo para evitar que el paí­s sienta la tentación de protegerse de él.