Fantasmas

Iniciado por Basho, Enero 26, 2007, 08:39:30 PM

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Basho

Hay mañanas que amanezco con la cabeza llena de voces. Fantasmas que nunca sé por qué aparecen. Hablan, discuten, rí­en, llorar, sufren, se...divierten. Son un enjambre de personajes que se reúnen en mi mente. Esta es  su mundo, su espacio, su tiempo. Y requieren mi atención. No puedo eludirlos, son tan fí­sicos como si estuvieran frente a mi, y a veces, muchas veces, debo buscar la soledad para  no interrumpir lo que han venido a decirme. Darles de lado me llena de ansiedad y mal humor, convirtiéndome en un ser absolutamente insociable. Me embargan hasta a tal punto, que debo sentarme y escribir, en ocasiones a escondidas,  lo que dicen, como si fura una necesidad fí­sica, acuciante e inevitable para mi salud.  De estos personajes que aparecen en mi cabeza, soy su dueño, y su esclavo. Sin ellos no serí­a yo, y con ellos...no sé quien soy.

malika

¿Y si prueba a reducirse hasta lo absurdo?, quizá de esa manera terminen sus fantasmas por amordazarse voluntariamente eligiendo vivir entre la resaca provocada por sus temores. Al fin y al cabo, soportar la trampa de lo que se es y no se quiere ser, es demasiado peso para sobrellevar sin caer en la locura.

(Yo me hago la tonta y, los mí­os, pasan de largo)

Basho

Prefiero seguir sorprendiéndome. No saber quién soy. Ya soy absurdo, por lo tanto no puedo reducirme a lo que ya soy. Y uno es lo que es, y nunca lo que  quiere ser o lo que deberí­a ser, a no ser que por casual, estas dos cosas coinciedan . Se es, se quiera o no, lo que se es. Lo contrario son juegos de palabras y metafí­sica. Sobre la locura...bueno, aún mantengo la suficiente sensatez y autocontrol como para no mostrarla ante mis semejantes ( aunque cualquier dí­a de estos mis allegados tendrán una sorpresa. Algunos se alegrarí­an y estoy seguro que más de uno exclamarí­a: ¡Te lo dije!)


Sí­, seguramente tus fantasmas pasan de largo, pero se dejan ver.

Barbie

Vaya mierda escrito.

Para que no te quejes por no recibir respuestas. De nada.

Dionisio Aerofagita

Cita de: Barbie en Enero 28, 2007, 08:18:36 PM
Vaya mierda escrito.
Para que no te quejes por no recibir respuestas. De nada.

Creo que las respuestas (las que sean) suben un montón la audiencia de los relatos en este nuestro foro, así­ que los que somos realmente soberbios apreciamos que alguien aparezca de vez en cuando para atacarlos. Que hablen de mí­, aunque sea bien.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Basho

Vaya mierda escrito


Jaajjajajjjajajj. Yo no me he quejado de que no me contesten.. jajjajajajaja. Me importa un puto carajo. Llevo en esto de los foros tanto como tú. jajajajjaj. De todas formas, gracias por tu crí­tica constructiva. 

barbi de los cojones

Barbie

Cita de: Dionisio en Enero 28, 2007, 08:25:02 PM
Cita de: Barbie en Enero 28, 2007, 08:18:36 PM
Vaya mierda escrito.
Para que no te quejes por no recibir respuestas. De nada.

Creo que las respuestas (las que sean) suben un montón la audiencia de los relatos en este nuestro foro, así­ que los que somos realmente soberbios apreciamos que alguien aparezca de vez en cuando para atacarlos. Que hablen de mí­, aunque sea bien.


No, no era mi intención animar nada. Es que es lo que pienso ¿tú no?

Barbie

Cita de: Basho en Enero 28, 2007, 08:44:11 PM
Vaya mierda escrito


Jaajjajajjjajajj. Yo no me he quejado de que no me contesten.. jajjajajajaja. Me importa un puto carajo. Llevo en esto de los foros tanto como tú. jajajajjaj. De todas formas, gracias por tu crí­tica constructiva. 

barbi de los cojones

Ñec, sabrás tú lo que llevo yo.
Hablabas algo de hacer el vací­o a los nuevos, o a lo mejor me pareció a mí­, no sé, leí­ por encima sin prestar mucha atención, la verdad. Por eso me paré a leer detenidamente algo escrito por ti y te regalé una opinión.

¿Nus conocemos?  ::)

Basho

Pero mujer, si el vací­o es mi medio de existencia. Yo sin el vací­o no soy nadie. Mira, mira hasta qué punto llega mi amor por el vací­o que soy capaz de gritar a los cuatro vientos, hasta esto: ¡Viva el vací­o! ¿Lo ves?


Tu opinión sobre mi escrito me parece sincera y llena de matices. Su profundidad me ha parecido encomiable, tan encomiable como indigno   que dedicaras tanto tiempo a su elaboración.


Gracias sinceras por tu regalo.

Dionisio Aerofagita

Cita de: Basho en Enero 28, 2007, 10:21:28 PM
Tu opinión sobre mi escrito me parece sincera y llena de matices. Su profundidad me ha parecido encomiable, tan encomiable como indigno que dedicaras tanto tiempo a su elaboración.

http://www.areopago.eu/index.php?topic=4233.msg214887#msg214887
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dionisio Aerofagita

Se me habí­a pasado esto:

Cita de: Barbie en Enero 28, 2007, 08:47:43 PM
No, no era mi intención animar nada. Es que es lo que pienso ¿tú no?

Me gusta la idea, pero no el desarrollo. Si encuentro tiempo y ganas, intentaré poner una versión a mi gusto en este mismo hilo.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Barbie

Entro en el escenario cálido del local que parece preparado para incitar al consumo; seguro que el tintineo de los hielos está estratégicamente dispuesto, como las estanterí­as de los supermercados. Me acoplo en una banqueta con vistas, por la ventana echan una de rotondas y de banda sonora un combinado de falsetes de  Shakira mezclado con murmullos y un toque de tenaz tintineo. Salivo como una perra, de Pavlov. Me detengo a observar las aceras de la rotonda que acumulan sal renegrida, empleo unos minutos en idear un sistema para lavar la sal, sin éxito. Seguro que lo hay, la de las bolsas es tan blanca. Mi mente maniobra hacia la alcantarilla, cuando llueva toda esa sal irá a parar allí­ y afectará la dieta de las ratas. Dos tintineos en mi mesa.

- ¿En qué piensas?
- En nada.


Con nada me tapo las vergí¼enzas, sorprendida en divagaciones absurdas.

Me pregunto que pasarí­a si, aprovechando la lucidez con que distingo mis desvarí­os, contestara:

- En los problemas de hipertensión de las ratas de alcantarilla como consecuencia de la ola de frí­o.
Tal vez me sorprendiera la respuesta de una mente pareja:

- Seguramente disponen de un sistema por el cual regulan sus niveles de sodio; las ratas, al igual que las cucarachas, son seres extremadamente resistentes, por eso un dí­a dominarán el mundo.

Y yo sonreirí­a.

Lapi_0

Coño, inténtalo, por intentarlo nada se pierde.

Bueno, que te tomen por loca, pero total, quemasdá?

Mejor el tuyo que el del otro

:-b

Dionisio Aerofagita

Ahí­ va. Más que las comparaciones, que son odiosas, me interesa todo eso de la creatividad colectiva, que es una forma más bonita de referirse al plagio.

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Amanezco a veces con el cráneo atiborrado de fantasmas. Voces susurrantes o melifluas, melancólicas o autoritarias, alegres o airadas, pero siempre con un deje de afectación o artificio, como si fueran sólo máscaras burlonas que esconden sólo máscaras debajo. Algunos se identifican como difuntos ancestros intranquilos y otros, aún más esotéricos, pretenden ser vagos recuerdos de mis vidas pasadas, náufragos supervivientes del rí­o del olvido, pero los más convincentes me cuentan que son precisamente las vidas que no me tocaron en suerte; por mi parte, desconfí­o de sus escandalosos cuchicheos y creo que todos mienten.

A menudo hablan o gritan o discuten varios fantasmas a la vez y tengo que poner orden en la algarabí­a clasificándolos en grupos y concediéndoles la palabra de uno en uno o de dos en dos; casi siempre me lo permiten â€"aunque siempre hay leves murmullos de protesta en el auditorio-, pues lo único que no soportan es que los ignore a todos al mismo tiempo. Si ocurre esto, si me niego a escuchar sus voces, entonces me torturan con alaridos abominables, con preguntas capciosas, con susurros sibilinos y corro enloquecido por las calles como un poseso tratando patéticamente de escapar de ellos, que corren conmigo soplándome en las orejas y dándome capones espectrales.

Así­ que a estas alturas ya sé que tengo que escucharlos. Y cuando me resigno a dejarme invadir por ellos me doy cuenta de que â€"sea cual sea el juego al que estén jugando- en realidad toda esta pantomima es un dictado. Y entonces me pongo a escribir compulsivamente para vomitarlos fuera de mi cráneo entre violentos estertores.

Aún me queda la esperanza de que las brujas que hilan el Destino recompensen la tortura de mi alma con el daimón, con el hado, con el duende, con el ángel, con el genio, confiriendo dignidad a mi torpe sacrificio, a mi condición de ser habitado. Pero cuando repaso mis escritos pertinaces, redescubro que todo es una puta mierda y vuelvo a caer en la cuenta de que los únicos habitantes de mi cráneo son los evanescentes fantasmas, máscaras sobre máscaras, mentiras sobre mentiras, que sólo me narran las falsedades con las que revisten el ocio del vací­o.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Basho

                        CANTOS DE SIRENA Y UN EPíLOGo


                                                      -I-

Cuando llegué al hotel serí­an ya las diez de la noche. Subí­ a la habitación y me refresqué un poco. Luego bajé al restaurante. No tení­a hambre. Habí­a almorzado bien en Córdoba, así­ que decidí­ primero tomarme una copa en el bar. A aquella hora la barra estaba ocupada por labriegos que volví­an a sus casas, mecánicos industriales y agentes comerciales.
El hotel Los Cerezos está  en la carretera Sevilla- Lora. Es un hotel pequeño y aislado cuya clientela está formada principalmente por vendedores. Es barato y limpio, y tiene comida casera y parking.
Saludé a varias personas y pedí­ una cerveza. No habrí­a dado un par de sorbo cuando  vi  Jaime en el comedor. Estaba sentado junto a la pared, de cara a la televisión.  Era curioso observarle. Miraba  constantemente el teléfono sobre la mesa.  Lo cogí­a en su mano, apretaba  un botón y encendí­a la pantallita del móvil. Luego volví­a a dejarlo sobre la mesa. Casi inmediatamente reiteraba la misma operación. Una y otra vez. No se le notaba ansioso, simplemente hací­a eso. Eso, y beber. Seguramente ya estaba borracho.
En el comedor la algarabí­a era ensordecedora. La televisión, demasiado alta daba los resúmenes de los partidos de la Copa del Rey. El Sevilla iba ganando al Ciudad de Murcia.
Me acerqué a él.
-   ¿Puedo sentarme contigo?
Asintió señalándome la silla de enfrente. Jaime es un hombre gordo. Conserva todo su pelo y tiene los ojos azules. Jaime debió ser lo que se dice  un hombre guapo. Ahora tiene la cara abotagada y los ojos inflamados y llenos de venas. No es  hablador ni escandaloso. Por eso me gusta
                                                                                                               
sentarme con él a veces. Por eso y..., no sé... O tal vez sí­.
-   ¿Qué tal?- pregunto
-   Bien- dice  sin convencimiento. Hace una pausa y vuelve a repetir asintiendo con la cabeza. Luego da un trago. Me mira complacido-¿Y a ti cómo te ha ido?
Hago un gesto de afirmación. Sin vehemencia. Es evidente que a él no le ha ido  bien.

                                                     -II-

Estoy sentado de costado apoyado con la espalda en la pared. Una pareja de guardias civiles  entra en el bar. Se frotan las manos. Debe de hacer frí­o. Sin saber cómo se hacen sitio en la barra. Mientras, Jaime, busca algo en el bolsillo del pantalón con movimientos torpes.
-   El mercado está difí­cil- digo mirándole brevemente.
Toma su vaso y lo agota
     -  Ha sido un dí­a duro.- dice-  Ha hecho mucho calor para las fechas que estamos. Casi mediados de noviembre.
-   Sí­.
Los camareros se afanan sirviendo los segundos platos. Hablamos pausadamente, cansinos, con largos intervalos de silencios.  Jaime echa mano del paquete de tabaco y comprueba que no le quedan.
-   Un momento. Voy a comprar tabaco.
Se levanta. Coge su vaso vací­o y pregunta:
-   ¿Quieres otra copa?.
-   No. Ya tengo bastante- le digo
Observo como se aleja. Vacila en el paso, pero aún camina con cierta dignidad. Lleva la camisa por detrás por fuera. El cuello desabrochado y el nudo de la corbata aflojado. Deja el baso sobre la barra y pide otro gí¼isqui.

                                                    -III-

La gente grita y exclama por el fútbol. Nunca me acostumbraré a la  estridencia. Aí­sla.  Justo en la mesa del al lado seis hombres cenan entre risas. Casi todos son vendedores,  jóvenes, muy jóvenes y llenos de éxito. Conozco a algunos de vernos en el hotel otras veces. Jaime vuelve haciendo equilibrio con el vaso. Al pasar por la balaustrada que separa el bar del comedor roza ésta con el hombro y vierte el vaso. No se ha manchado. Luego mira a su alrededor. Nadie  le ha visto ni se ha fijado en él. Deja el vaso sobre la mesa y dos paquetes de tabaco.
-   ¿Dos paquetes?
-   Sí­. Nunca se sabe. La noche puede ser larga. Tengo que dejar de
                                                                                                           
fumar. ¿Vas a cenar?

-   Cenaré algo. No tengo hambre. Pero me tomaré una sopa. ¿Tú ya has cenado?
-   Sí­.
Jaime calla y gira los cubitos de hielo en el vaso. Luego mira el móvil de reojo y cede a la tentación de cogerlo.  Al rato pregunto.
-   ¿Esperas alguna llamada?
-   No.., no....- dice mirando la pantallita- Pero tengo la sensación de que no funciona bien, que no recibo todas las llamadas
Aprovecho que pasa por allí­ el camarero, le llamo y le pido una sopa de picadillo. Nada más.
Jaime es de Barcelona. Tiene la zona de Andalucí­a occidental y Valencia. Cada dos meses coincidimos en Sevilla.  Le conozco hace un par de años. En ocasiones, hace ya tiempo,  hemos hecho juntos alguna escapada a la ciudad con otros representantes.
-   ¿Has visto?- me dice de pronto.
-   Qué he visto.
-   Han cambiado las putas de la carretera.
-   ¿Ah si?
-   Sí­. Son más jóvenes. Hay una que es una niña.

                                                        -IV-

El camarero me trae la sopa.
-   Todo se ha ido a la mierda.- dice mientras como- ¿Te acuerdas?. Joder, uno vení­a aquí­ y te ibas con una millonada... Te estaban esperando y ahora... Y la cosa no va a cambiar..
Dejo por un instante de comer y digo:
-   Tal vez seamos nosotros los que tengamos que cambiar.
-   ¿Qué coño ha pasado, eh, qué coño ha pasado?
-   Nada. Simplemente estás cansado. Mañana ya es jueves. Y el viernes volvemos.
-   ¿A dónde?.- dice quedo, como para sí­.
Callo. Jaime es divorciado. A  la vuelta de uno de sus viajes encontró a su mujer con otro en la cama. Patético, pero así­ de simple.
-   A casa.- digo sonriendo y quitando trascendencia al instante, pero no me atrevo a mirarle.
Jaime hace un ruido nasal de desden. Está borracho. Acabo la sopa y llamo al camarero: Un cortado.
-   ¿No te tomas una copa?
-   No. No me apetece.
                                                                                                           
-   Tómate una copa conmigo. Te invito yo.
-   No, quiero irme a dormir. Estoy cansado.
-   Una nada más. Tómate algo
Ante la insistencia pido al camarero un licor de manzana.
-   A mi tráigame otro gí¼isqui con soda.
La gente empieza a marcharse. Jaime está absolutamente borracho. Y yo no quiero emborracharme. No quiero acabar así­. Aunque no me sentarí­a mal una copa. El camarero trae las bebidas.
-   No deberí­as beber tanto- digo
-   Sólo un par de copas.
Bebe .

                                                      -V-

Los jóvenes vendedores se levantan de la mesa. Han decidido ir a Sevilla a dar una vuelta. Uno de ellos dice conocer un sitio nuevo. Gabriel, un mallorquí­n representante de artí­culos de cuero se acerca a nosotros. Se coloca la camisa por debajo de los pantalones. Parece exultante. Aún no hace un año que se ha casado.
- ¿Qué tal?- me dice
- Bien.
- ¿Os vení­s  a tomar algo?.- me pregunta mirándome. Luego mira a Jaime y comprueba que está borracho. Deja de sonreí­r. Niego el ofrecimiento y Gabriel no insiste. Y se va.

                                                       -VI-

Jaime da vueltas al móvil en la mano, ensimismado
-   Nadie llama.- dice
Y guarda silencio. Está acodado en la mesa. Y pasa el dedo í­ndice por encima del teléfono. Parece pensar en otra cosa..
-   Nadie quiere nada.
Habla despacio.
-   Uno- continúa- tiene que pelearse con todo el mundo. Todos se quejan.
-   Estamos en crisis- digo.
-   No. Dura demasiado tiempo. He estado en Jaén. Hací­a un calor terrible...terrible.-
Se detiene y se echa hacia atrás en la silla. Ahora me mira fijamente, como si quisiera saber qué dicen mis ojos. En la mesa de los jóvenes ha quedado
un hombre. No le conozco.
                                                                                                                                         
                                                             -VII-                 

-   Hace una semana que no vendo nada.- dice-. ¿Alguna vez has estado una semana entera sin vender?.
-   Son rachas- digo
-   No...  Sólo me llaman para quejarse. No lo entiendo. Ha sido una buena campaña.
-   ¿Qué no entiendes?- pregunto
-   Nada. Tú no lo entiendes. Aún no... Pero no tardarás en entenderlo...acabarás igual que... qué más da. Borracho...â€" Jaime gesticula ahora con enormes manos. Le miro. Hay vehemencia en sus palabras. Creo que no ha querido herirme terminando la frase-  Uno no sabe cómo acaba...Pero acaba...como todo el mundo acaba.....Como yo, como acabarán esos que se acaban de ir.- Luego añade-:  He visitado cuatro clientes y ninguno ha querido ver el muestrario...
-   Tal vez debieras mirar la representación de otras casas- me atrevo a decir, aunque sé muy bien de lo que está hablando 
-   No, no es eso.
-   ¿Entonces?
Jaime tarde en contestar.
     -    Estoy....
     -    Lo que estás es borracho, Jaime- le interrumpo- Creo que has bebido demasiado
     -    Les doy lástima. Han vendido bien el producto pero... me dicen que pase en enero. Quieren que no les pase hasta enero. ¿Qué hago yo hasta enero, eh?. Mierda, no quiero hablar de esto.
Intento decir algo pero me interrumpe con la mano.
-   No
                          -VIII-

De pronto me siento confusamente enojado  .No sé si me triste compañí­a le sirve de consuelo. Si no serí­a mejor dejarle a solas y permitir que acabe emborrachándose  hasta no acertar a llevarse el vaso a la boca. Al menos no se martirizarí­a oyéndose. No lo sé. En el fondo... no me da pena. Ni siquiera estoy seguro de querer animarle. Su historia, en realidad no es muy diferente. A todos se nos acaban durmiendo las pasiones en el alma. El caso es no sucumbir. Pero cómo.  Sí­, estoy confusamente enojado

                                                     -IX´-

Jaime vuelve a beber apurando la bebida. Puedo oí­r el ruido hueco de los cubitos de hielo al dejarlo sobre la mesa. Ya apenas queda nadie en el
                                                                                                               
comedor.
-   Creo que deberí­amos irnos a dormir.- le digo
Jaime hace un aspaviento con el rostro, como de resignación.
- Si no hay más remedio...
En la televisión empieza el resumen del Barí§a.
-   Joder, ha perdido con uno de segunda- dice sorprendido-. Esos tí­os ganan una fortuna y no son capaces de  ganar a un equipo de segunda.
Mira atentamente el resumen. Luego dice :
-   Ni siquiera tu equipo es capaz de darte una alegrí­a.
-   El Sevilla también ha perdido- irrumpe el hombre que ha quedado en la mesa del al lado- Menudo patatal
No sé a qué se ha referido el hombre. No entiendo nada de fútbol.
- Eso no es excusa- dice Jaime.- Son unos vagos con la vida resuelta. Tendrí­an que echarlos a todos. 
Me levanto de la silla.
-   Voy al servicio.
Alejándome puedo Oí­r detrás de mi que siguen hablando.



                                             -X-                 

En el vater, mientras meo, leo un cartel: Se venden cebollinos. A cien metros de la gasolinera hacia Brenes. En Sevilla, menos sus humoristas, tienen un excelente humor. Cuando salgo Jaime está sentado en la mesa del otro hombre. Hablan de fútbol repitiendo todos los tópicos de este deporte. Cabreados, despotricando pero entusiasmados, hablan.
-   ¿Nos vamos?
-   No, vete tú. Me quedaré un rato.- me dice
Tres camareros se afanan recogiendo  las mesas mientras una mujer empieza a fregar el suelo al otro lado del comedor.
-   Buenas noches- me despido
     -    Eh- me dice beodo- no me quites la putita joven.
Y los dos hombres se echan a reí­r.

                                                      -XI-

Me acerco a la barra y pido la cuenta. Ya sólo quedan ellos dos en el comedor. Siguen hablando con vehemencia. Han apagado la televisión y se les puede oí­r claramente. Al parecer, pienso, Jaime ha encontrado lo que
                                                                                                                   
necesitaba. Mañana buscará a ese mismo hombre. Antes de salir a la calle veo como, sin mirar a nadie, levanta su enorme  brazo tratando de llamar la atención del algún camarero.

                                                     EPILOGO

En la habitación del hotel hace un frí­o...de pobre, un poco de miseria, rancio, pegajoso, que cala los huesos. De pronto siento como un ataque de clarividencia. De pronto, si bien el cansancio no ha desaparecido, me siento horriblemente despejado.
La habitación tiene tres camas. Dejo la pesada llave sobre una de ellas y me acerco a la ventana. Veo en los cristales mi imagen reflejada en negro. 
Puedo ver a las putas cómo se acercan al borde de la carretera cada vez que se aproximan los faros de un coche. Son tres como dijera Jaime. Tres. Y ahí­ están. Mala noche pues para las putas. Una de ellas, atraí­da por la luz de la habitación me mira y me saluda con la mano. Nunca he estado con una puta.  El viento agita los plataneros y barre las hojas secas. A lo lejos, en lo que se puede llegar a ver,  parece desierto. Sólo alumbrado por la mortecina luz del taller de tractores, y más allá por  la gasolinera. En el silencio de la madrugada, cuatro perros se aúllan sin cesar. Cierro la ventana.
Sobre la mesa veo mi maletí­n. Debiera valorar los pedidos de hoy para enviarlos mañana a la oficina  y clasificar los recibos. Pero no tengo ganas.  No tengo ganas de nada. Cojo el mando del televisor y lo enciendo. Aparte de los canales habituales hay dos  pornográficos y tres de anuncios telefónicos de la misma í­ndole. La dejo puesta y sin voz  una pelí­cula que ya he visto varias veces. No debiera haber tomado ese último café. Pongo un poco la calefacción. Voy al cuarto de baño y me meto en la ducha. Es agradable sentir el agua casi hirviendo. Salgo y me acuesto. Sigo sin tener sueño. Sobre la mesilla de noche tengo algunos libros. Cojo uno de ellos. Es el último que me he comprado. El autor es  Santiago Gamboa. Ni siquiera he oí­do hablar de este escritor, pero me gustó el tí­tulo de su novela.  Lo vuelvo a dejar sobre la mesilla, me levanto y me siento en la mesa. Miro el reloj. Cuando lo vuelvo a mirar son las cuatro de la madrugada. Han pasado dos horas lentas, contadas por un goteo de grifo cerebral. Apago la luz y trato de dormir mientras en mi cabeza repito una y otra vez el tí­tulo del libro de Santiago Gamboa: Perder es una cuestión de método.