Himno al escroto

Iniciado por Bic, Febrero 05, 2007, 01:24:57 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Bic

Cuelgo un cuento mí­o ilustrado de hace un tiempo: es el Himno al escroto, pequeña historia con la que siempre empiezo las actuaciones de cuentacuentos en los bares. Lo ilustró un dibujante argentino llamado El Tomi, para su publicación en una revista nueva que han sacado en Barcelona unos conocidos: Caldo de Cultivo. Espero que os guste: los que dispongáis de escroto, recomiendo su rascado durante la lectura.

Himno al escroto



Siempre he sentido simpatí­a por el escroto.
Es el mismo tipo de afinidad que me acerca a todos aquellos que deben cumplir misiones poco agradecidas, difí­ciles y peligrosas, pobremente equipados y sin contar con la preparación necesaria.

En efecto, Dios o la Madre Naturaleza tomó una decisión estratégicamente pobre al asignar al humilde escroto la delicada tarea de salvaguardar los órganos reproductores masculinos. Ufanos y engreí­dos, los testí­culos acaparan toda la atención y el mérito, mientras que la callada labor de protección llevada a cabo por el escroto pasa totalmente inadvertida. Una prueba de ello es el abundante número de apelativos que reciben los primeros (bolas, testes, huevos, pelotas, criadillas) frente a la única y cacofónica denominación del segundo: “escroto” y para de contar, ni un solo nombre cariñoso o burlón, sino el vací­o más absoluto. Los testí­culos serí­an inútiles sin el escroto: no pueden permanecer en el interior del vientre, donde la temperatura serí­a demasiado elevada para la producción de esperma; ni tampoco pueden colgar sin más de la entrepierna, demasiado expuestos al roce y a los elementos. Y sin embargo, el escroto cuenta con muy pocos medios para realizar esta crucial tarea: apenas unos centí­metros de piel arrugada, y unos cuantos pelos a modo de protección o camuflaje.

Casi nadie es consciente del gran número de “escrotos” que con sus imprescindibles y poco agradables tareas evitan que nuestra sociedad se hunda. Por ejemplo, los limpiadores de alcantarillas, a los que con la única ayuda de un cepillo y unos guantes enviamos a desatascar las estreñidas tripas de la ciudad. Recogedores de basura, descargadores portuarios, trabajadores de mataderos... Médicos y enfermeras de hospitales humildes, sobrecargados de pacientes y faltos de suministros... En tiempo de guerra, son escrotos los soldados a los que se ordena defender una posición “hasta el último hombre”: aferrados a sus poco fiables fusiles, escasos de ánimo y de munición.

Yo mismo soy un “escroto”: peludo y feo, recio y desagradable, aparezco en las portadas de los periódicos detrás de un famoso cantante cuyo nombre no puedo revelar aquí­. Soy su guardaespaldas, chófer y criado: cuido de su mansión, juego con sus hijos, me aseguro de que nadie le moleste cuando se encierra en su estudio para componer, presa de uno de sus testiculares “raptos creativos”. Siempre con un auricular en la oreja, las gafas de sol caladas y un bulto en la chaqueta que espero parezca una pistola, me mantengo horas y horas de pie tras mi protegido, ignorado y olvidado, ningún flash ilumina jamás mi cara. Mientras miles de personas se deleitan con su música, a mí­ nadie me dirige un pensamiento.

Y cuando mi tarea se me hace demasiado pesada, cuando el jefe se rí­e de mi supuesta idiotez o me niega un anticipo, cuando me harto de desplantes y siento la tentación de mandarle a la mierda y dejar que cuide de sí­ mismo como buenamente pueda... Entonces respiro hondo, cierro los ojos y me rasco el escroto por encima de los pantalones, con un gesto que puede parecer indolente, pero que está imbuido de un profundo respeto. El ras, ras de mi rascada es un himno dirigido a mi santo protector, una plegaria a mi escroto y un saludo reverente a todos los escrotos del mundo. Sólo tras este acto de recogimiento religioso encuentro valor y ganas para seguir con mi labor.

Hay que joderse.
Los libros son finitos, los encuentros sexuales son finitos, pero el deseo de leer y de follar es infinito, sobrepasa nuestra propia muerte, nuestros miedos, nuestras esperanzas de paz.

California



Bic, me han entrado ganas de comerme unas criadillas a la plancha...


(Me llaman Caperucita Tentetiesa y soy comedora profesional de escrotos y testí­culos. Me habréis visto en varias pelí­culas porno, aunque no suelo ser la protagonista. Soy exactamente la que se encarga de mantenerla erecta en los trí­os. Soy ésa que no cuenta para nada pero que se acerca sigilosa y le come los huevillos al tí­o que se está follando a mi compañera. Es una tarea ingrata, porque la que recibe la golosina es la otra, y a mi si me follan es más bien por compromiso. Pero me gusta mi trabajo, disfruto con ello. Y, además... alguien tiene que hacerlo, no? A lo largo de mi carrera he visto escrotos y testí­culos de todas clases y colores. He visto algunos que sólo tení­an un huevo, y una vez chupé una bolsa escrotal que cobijaba tres huevos. Lo que menos me gusta es cuando se suben parriba y se queda toda la bolsa arrugadita, eso me da un poco de repelús, al igual que la maní­a que les ha entrado a todos por afeitarse los cojoncillos. Y ahora os tengo que dejar, porque me avisan que entro en escena en un minuto, así­ que me termino este huevo pasado por agua y me lanzo a por el impaciente escrotillo aulador...)

Barbie

Diomí­o, esta espiral de enlaces que lleva desde el escroto al escroto y tiro porque me toco me está produciendo náuseas.
Voy a soñar con el escroto de Bic  :-[