Filosofí­a en cinco minutos

Iniciado por Bic, Marzo 13, 2007, 02:59:57 PM

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ENNAS

La palabra "peste" acababa de ser pronunciada por primera vez. En este punto de la narración
que deja a Bernard Rieux detrás de una ventana se permitirá al narrador que justifique la
incertidumbre y la sorpresa del doctor puesto que, con pequeños matices, su reacción fue la
misma que la de la mayor parte de nuestros conciudadanos. Las plagas, en efecto, son una
cosa común pero es difícil creer en las plagas cuando las ve uno caer sobre su cabeza. Ha
habido en el mundo tantas pestes como guerras y sin embargo, pestes y guerras cogen a las
gentes siempre desprevenidas. El doctor Rieux estaba desprevenido como lo estaban
nuestros ciudadanos y por esto hay que comprender sus dudas. Por esto hay que comprender
también que se callara, indeciso entre la inquietud y la confianza. Cuando estalla una guerra
las gentes se dicen: "Esto no puede durar, es demasiado estúpido." Y sin duda una guerra es
evidentemente demasiado estúpida, pero eso no impide que dure. La estupidez insiste
siempre, uno se daría cuenta de ello si uno no pensara siempre en sí mismo. Nuestros
conciudadanos, a este respecto, eran como todo el mundo; pensaban en ellos mismos; dicho
de otro modo, eran humanidad: no creían en las plagas. La plaga no está hecha a la medida
del hombre, por lo tanto el hombre se dice que la plaga es irreal, es un mal sueño que tiene
que pasar. Pero no siempre pasa, y de mal sueño en mal sueño son los hombres los que pasan,
y los humanistas en primer lugar, porque no han tomado precauciones. Nuestros
conciudadanos no eran más culpables que otros, se olvidaban de ser modestos, eso es todo, y
pensaban que todavía todo era posible para ellos, lo cual daba por supuesto que las plagas
eran imposibles. Continuaban haciendo negocios, planeando viajes y teniendo opiniones.
¿Cómo hubieran podido pensar en la peste que suprime el porvenir, los desplazamientos y
las discusiones? Se creían libres y nadie será libre mientras haya plagas.


En este y los siguientes párrafos de la novela "la peste", so capa de la ficción, Albert Camus filosofa sobre el saber contemporáneo.

De un lado de nada nos sirve conocer el problema, sus síntomas y sus antecedentes; el reconocimiento no va a detener la plaga, el que podamos nombrarlos no nos otorga el dominio sobre unos microorganismos que son sordos a nuestras palabras.

Por otro lado incluso si estamos ante una enfermedad tratable, la ciencia sólo es efectiva a una escala muy pequeña. Puede salvar a unos pocos pero ¿y si son cientos, o miles los infectados? Emergen entonces a superficie las carencias del progreso técnico en el que confiábamos, rebasado su cálculo por el imprevisto.

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La vida pequeña. El arte de la fuga. J.A. González Sainz, 2021

40. El sustento y el riesgo (fantasmagoría y realidad)

Tercer párrafo: «La realidad se nos da, es un don, pero también, merced a ese don y como parte de él, nosotros, con nuestras palabras e imágenes, damos asimismo a la realidad. Existe pues una realidad de lo dado y asimismo lo dado a la realidad por el lenguaje, por la memoria y la imaginación o el discernimiento, que nos ayuda como nada a soportar la crudeza de la realidad de lo dado, a que no sea todo a su vez toda la realidad. Pero con una frenética aceleración en el siglo XX, nuestra realidad -toda ella- es ya eminentemente lingüística. Signos, signos y más signos y por todas partes signos. Digo eminentemente y supongo que me quedo corto, porque le hemos puesto tantas palabras y doblado con tantas imágenes durante tanto tiempo y ahora todo el tiempo que la realidad es ya apabullantemente eso, lo puesto, lo doblado, ¿su doblez? La primacía aplastante de lo dado a la realidad, de las interpretaciones y puestas en escena y de las retóricas comunicativas, del valor de la presentación y exhibición de cualquier cosa es tal que la realidad de lo dado se ha disuelto en un magma enmarañado hasta más no poder de narraciones e imágenes cuya lejanía respecto al más mínimo comprobante con la realidad de lo dado, con el hecho o la cosa en sí -que si no lo hubiera para nosotros, al menos lo habría para ellos-, es ya nuestra compañía más habitual, nuestra cultura, decimos. La superación de la objetividad -el demagógico recochineo con ella tantas veces- ha acabado reemplazándola por una incondicionada realidad del espectáculo a todo trapo, donde los juegos malabares de los populismos y totalitarismos mediáticos parecen tener garantizado su éxito en sociedades donde hasta la soledad es fraudulenta. Nadie, a estas alturas -a estas alturas de vértigo de la historia de nuevo-, puede negar que las cosas estén lingüística, social y culturalmente constituidas. Pero sí que sean todas y del todo; sí que por incomparecencia de uno de los términos, no haya necesidad alguna de careo, de cotejo, de modos, por peliagudos que sean, de comprobación o conformidad con algún fondo de realidad de lo dado.»

44. De las distintas formas de retirarse o irse a tomar viento fresco.

Cuarto párrafo: «Ya se ha dicho -los estoicos, Pascal- que muchos percances le sobrevienen al hombre por no haber sabido quedarse quieto en su estancia. Quedarse, quedarse tranquilo en un sitio, estarse tranquilo donde se está: no sabemos, no valemos ya. Y hasta la habitación de uno, como si sabía De Maistre, puede ser a veces un viaje interminable. Aunque para ello no hay que estar llenos de vacío, nada peor que tener un agujero por interior, pura oquedad que reclama de continuo su relleno.»

47. Huir de huir.

Tercer párrafo: «Hablar tú contigo mismo, no rehuirte, hablarte desde tu segunda persona a tu primera persona, de tú a tú o de yo a yo o más bien de tú a yo, de yo a tú, dialogar en cualquier caso uno con uno, que nunca es uno mismo ni el mismo. La identidad es siempre un fraude, y su búsqueda, un ejercicio de prestidigitación. Pero el diálogo intimo, el lenguaje entre dos o entre dos o más, entre los que sea uno o haya podido ser, no solo lo dificultan el barullo y el azacaneo exteriores sino también interiores. Hay barullo también dentro, confusión, voces, vocecillas orilladas y vozarrones despóticos. La dialéctica nunca es pan comido, y desde luego no tiene fin. Se hizo de todo ello el mejor eco Machado, que en sus retiros a las pequeñas ciudades en las que vivió, o bien en sus horas de apartamiento en las grandes, hizo de ese hablar -y escucharse- una filosofía del camino, hablar con el otro que siempre va contigo (muchas veces a regañadientes) como modo de buscar y también de esperar hablar a Dios un día. Claro que ese hablar con uno -o con Dios- suele escuchar la intervención siguiente precedida casi siempre por la partícula pero.»

PP2000

"Hoy a las 01.01.01 PM" y ya no he podido seguir...