El hombre que sabí­a demasiado

Iniciado por perdidiya, Marzo 23, 2007, 02:15:12 PM

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LAS PESQUISAS DE MARCELLO
  El hombre que sabí­a demasiado 

 
En medio del tumulto polí­tico y mediático que vivimos, ayer se hizo un homenaje muy merecido por cierto a Sabino Fernández Campo, conde de Latores, el hombre que sabí­a demasiado, una persona clave en los años decisivos de la transición. Mil personas han acudido al festejo y en el estaban polí­ticos de renombre, empresarios, financieros y gentes del mundo de la cultura y demás estamentos de la sociedad, con una sola pero notoria ausencia: la Familia Real. Ni el Rey, ni la Reina, ni el Prí­ncipe, ni las Infantas, acudieron al festejo donde la casa del Rey estaba representada por los altos funcionarios de la Zarzuela. Un mal gesto que llamó la atención y que sin lugar a duda tiene su muy particular explicación en el desencuentro final que provocó la ruptura entre Sabino y el Rey, sin duda uno de los muchos secretos que todaví­a guarda la famosa transición.

¿Qué ocurrió? Marcello no lo sabe a ciencia cierta, pero ha oí­do contar y puede que ello sea posible, que esta fractura en la relación del Rey con el general se debió, en parte, a una de las muchas intrigas que rodearon la demencial ambición de Mario Conde, quien, desde la presidencia de Banesto pretendió no solo meterse en la batalla mediática y en la polí­tica, primero en el CDS de Suárez, luego en el PP de Aznar y después en el PSOE por la ví­a de Alfonso Guerra, sino también en asuntos de la Casa Real â€"algunos ya han salido en el caso KIOâ€", en los documentos del CESID sobre los GAL, y hasta en lí­os de carácter privado.

Porque se ha dicho, y escrito por ahí­, que la crisis de Sabino ocurrió cuando el diario El Mundo â€"tan celoso de la intimidad de su directorâ€" publicó en portada que el Rey tení­a una presunta relación amorosa con la mallorquina Cristina Macaya. Y, ante semejante noticia sobre la vida privada del monarca, las quejas reales habrí­an llegado al ahora ya fallecido Agnelli, el patrón de la Fiat y de la entonces empresa editora de El Mundo, que habrí­a montado en cólera y puesto en aprietos a su director Pedro J. â€"y si no que nos cuente y diga si incluso lloróâ€", quien al final se reconciliarí­a con el monarca en una reunión en la que Mario Conde hizo de anfitrión â€"con Paco Siches, también de por medioâ€" y en la que el director del diario, para aplacar la indignación del Rey y de sus editores, habrí­a señalado a Sabino como filtrador, o no sabemos si como confirmador, de la noticia del presunto amor del Rey. Y a partir de ahí­, santo de Sabino, almuerzo en Horcher y presunta, también, pregunta del Rey a la Reina: ¿sabes Sofí­a que Sabino nos deja? El general, sorprendido y callado, habrí­a acatado sin más la sugerencia del Rey.

Todo ello adornado de rumores e intrigas, tipo ansonianas, sobre si el monarca debí­a o no abdicar en beneficio del Prí­ncipe de Asturias, y un montón de cosas más que ya se han publicado en libros de reportajes, o que circulan y circularon por Madrid. Aunque lo cierto es que Sabino salió de Zarzuela, el monarca lo hizo conde de Latores y también lo nombró consejero regio, cargo que creemos que nunca ejerció. Como cierto es que ayer se le rindió un gran y merecido homenaje a un hombre clave de la transición que puede que algún dí­a nos deje un legado documental importante para la Historia de España, porque vivió desde una atalaya privilegiada, momentos determinantes para la vida y la Historia de nuestro paí­s: la llegada y dimisión de Suárez, la traición de Armada â€"“ni está ni se le espera”, dijo Sabino al general de la Acorazada para que frenara sus tanquesâ€", el golpe de Estado del 23F, la familia real, etcétera, etcétera. Y sobre todo el Rey, visto de cerca y en la intimidad. Algunas cosas se saben, otras se cuentan, otras solo son rumores, pero hay quien dice que hay un testamento escrito y sellado sobre todo ello. Lo que si nos cuadra es lo del delator del conde de Latores, en medio de la demencial y más que alocada escalada de Mario Conde que ya sabemos como acabó.