Hilo de sueños reelaborados

Iniciado por Dionisio Aerofagita, Abril 08, 2007, 10:07:38 PM

Tema anterior - Siguiente tema

Dionisio Aerofagita

Cuando rebusco entre mis sueños no me encuentro nunca con oscuras claves de mi mente ni con revelaciones proféticas, sino más bien con un potaje banal y absurdo de cosas que a veces sucedieron el dí­a anterior. A pesar de ello, siempre procastrino mi idea de escribirlos y reescribirlos de vez en cuando, aunque sea como juego y no como terapia. Últimamente, me dio por mandar al Areópago una reelaboración llamada "Marisco" relacionada con un sueño que tuve más largo y que olvidé.

http://www.areopago.eu/index.php?topic=2220.msg259617#msg259617

Como hoy me acuerdo de otro fragmento absurdo de un sueño me he puesto a reescribirlo en un plisplás y lo pongo en un hilo nuevo, por si acaso tuviera otros. Mi propósito no es tanto contar con fidelidad los sueños (pues estos se me escurren y terminan siendo lo que recuerdo de ellos y por otra parte serí­an todaví­a más aburridos para el paciente lector), sino aprovecharlos como material para construir narraciones absurdas. Lo mismo a ustedes les apetece también jugar.

*******

Sábana Santa

Entrábamos a toda prisa en el apartahotel, muertos de estrés, pero al menos nos alegrábamos de haber traí­do  una tortilla precocinada para el invitado. Al mismo tiempo que la poní­amos en la sartén, abrí­amos de golpe la puerta del baño y allí­ nos encontrábamos a Jesucristo, que no era otra cosa que un muñeco gigante y cabezudo de los que danzan rezumando idiosincracia en las fiestas de los pueblos. Entonces el enorme muñeco se levantaba y andaba cual Lázaro; poco impresionado por el milagro, yo pensaba y sigo pensando que habí­a alguien debajo de la armadura de caucho haciéndose el Jesucristo, pero no me importaba. Sin decir palabra, el Salvador corrí­a por los pasillos dando grandes zancadas y bamboleándose con los pies abiertos como un niño que está aprendiendo a andar y nosotros conseguí­amos perseguirlo hasta el ascensor. Como veí­amos que las puertas se cerraban ocultándonos definitivamente su Divino Rostro de plástico barbudo, no tení­amos más remedio que despedirnos de Él al uní­sono con un saludo en árabe “assalam aleykum” porque en hebreo no nos salí­an las palabras y tampoco recordábamos ninguna despedida, ni siquiera en árabe. Cuando se marchó, se habí­an multiplicado las tortillas precocinadas y habí­a una nota que decí­a que tení­amos que acoger a otro invitado en el apartahotel porque su hijo le pegaba.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Carlo

Hace tiempo que no recuerdo lo que sueño. No sé si eso será bueno o malo, pero es así­. Quizá también influya el hecho de que tengo tendencia a soñar despierto... igual es demasiada carga oní­rica.

Dicen que la postura más cómoda para dormir de cada cual, no es aquélla que se adopta para conciliar el sueño, sino aquélla con la que finalmente te despiertas.

Hora de dormir, ya estoy desvariando.

el Desdeñado

La mayorí­a de los sueños que puedo recordar son puro resto diurno. Quizás por eso los recuerdo.

Dionisio Aerofagita

Se acaba el mundo

Suenas las alarmas. Hemos recibido la noticia de que se acaba el mundo y todos corremos a escapar. Es un camino que baja y baja y baja en una especie de espiral rectangular; desde aquí­ veo los niveles inferiores, más cerca de la anhelada salida, pero no tengo más remedio que correr dando estúpidas vueltas en el retorcido sendero. Aunque estamos angustiados y vamos a toda prisa, no olvidamos la natural solidaridad; tanto, que todo el mundo se pregunta dónde está Elmer, el paralí­tico. No hay nada que temer, pues es un tipo atlético que va saltando de nivel en nivel con su silla de ruedas y pronto lo perdemos de vista. Y en cambio, como corro muy despacio, pronto soy la última persona de la tierra.

Cuando llegamos hacia abajo del todo, en realidad hay que saltar hacia arriba volando al vací­o para escapar. Hay uno que se ha quedado esperando en la verja; debido a un malentendido, algunos se habí­an quedado a esperarlo (aunque era la última persona de la tierra, todaví­a viene gente detrás), así­ que ha tomado la noble decisión de sostener la verja hasta que lleguen. Cuando saltamos, flotamos en un vací­o extraño.

A salvo de la catástrofe, vemos la tele y las noticias nos cuentan lo que pasa con el mundo; se ve la imagen de un barco y el teletipo dice “los ejércitos del Norte invaden el Paí­s del Norte”; se ve un convoy de tanques y el teletipo dice: “los ejércitos del Este invaden el Paí­s del Sur”... Me pregunto quién está dando la noticia y quién va en esos barcos y tanques -en las imágenes no salen ni periodistas ni soldados-, dado que en el mundo no quedan personas, pues hemos escapado todos.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dionisio Aerofagita

Por si alguien creí­a que todos mis sueños son buenrrollistas y chupisolidarios, en el siguiente sueño de la noche del que recuerdo algo yo era un alquimista vampiro al servicio de un gran malo que además era amigo mí­o y éste, para matar a alguien me encargaba un poderoso veneno rojizo que se estropeaba a la luz del dí­a y a la luz de la luna se volví­a azul y muy caliente. Y yo lo preparaba de buen grado.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Fernández

Me incliné sobre él. Era un bebé perfectamente formado, pero de sólo diez centí­metros de alto. Estaba primorosamente vestido de blanco y celeste y dormí­a. Le toqué la panza con la punta del dedo y se movió riendo dentro de su cajita rellena de algodones, pero sin abrir los ojos. Su risa era como una serie de tosecitas suaves y tí­midas.
Súbitamente era otro momento, y con sólo ver al bebé supe que estaba enfermo. Sus labios y mejillas estaban pálidos y su sonrisa serena habí­a desaparecido. ¿Morirí­a? Oí­ la voz despreocupada de Marí­a, que hablaba con su madre en la sala, y el miedo me heló la sangre. Si el bebé llegaba a morir Marí­a volverí­a a hundirse en la depresión, quizás para siempre.
Otro dí­a perfecto.

Fernández

Habí­a tres casas encajonadas entre edificios altos, y la de más hacia la izquierda era la mí­a. Mi casa nueva. Mientras me acercaba miré la casa de nuestros vecinos y pensé que serí­a bueno comprarla y agrandar nuestro jardí­n.
Entré en la casa. Mi mujer iba y vení­a desempacando nuestras cosas y ordenando. Me senté en una silla cerca de la entrada y entonces vi una fila de hormigas corriendo junto a la pared, hasta salir del cuarto. Me paré y las seguí­ para hallar el hormiguero, y encontré que la fila desaparecí­a en un hueco del piso de madera, un hueco asombrosamente grande. "¿Cómo es que no vi esto antes?", me pregunté. Me puse en cuclillas junto al hueco y dirigí­ hacia adentro el haz de mi linterna y descubrí­ que por debajo que la casa se retorcí­an las gruesas raí­ces de un árbol.
Otro dí­a perfecto.

Dionisio Aerofagita


El mosquito recalcitrante

Me despierta apenas la incómoda presencia del Mosquito, bramando sus cantos de batalla en mis orejas. Menuda noche llevo. Infructuosamente trato de enterrarlo en un aplauso, pero sé que no hay manera. Suspirando enciendo la luz, porque sé que ahora se sentará a esperar pacientemente en algún lugar de la pared, pero de momento los esfuerzos conjuntos de la luz y el sueño que me arrastra me impiden hacer otra cosa que apretar los párpados; maldita sea mi previsión, que vienen los calores y los mosquitos y no tengo insecticida ni repelente, habrá que usar métodos más bárbaros: debe haber un libro de Coelho en la mesilla con el que haré una bonita mancha de sangre en la pared.

Ahora por fin lo veo y es enorme, verdaderamente grande; enarbolo el libro en cuestión y lanzo una mortal estocada, pero el Mosquito en cuestión se repliega ágilmente, esquivando mi golpe. Entonces hace una cosa sorprendente, se lanza directamente como un ariete sobre mi cabeza. Con su topetazo vuelve a mí­ la cordura y me doy cuenta de que estoy en la cama, todaví­a durmiendo y en realidad no he conseguido levantarme. Hago un esfuerzo por abrir los ojos y encender la luz; vuelvo a ver al enorme mosquito que esta vez se lanza directamente sobre mí­. Otra vez esa especie de game over y me vuelvo a levantar y  me vuelve a agredir y me vuelvo a levantar y otra vez me ataca el rufián. Luego, el sueño discurre por otros derroteros, seguramente consciente de que más allá de sus confusas fronteras no habí­a en realidad ningún mosquito.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dionisio Aerofagita

El bloque

Tení­a que dar una conferencia en el piso segundo de aquel bloque de Alameda Apodaca, en el piso donde habí­an vivido mis abuelos, que ahora estaba oscuro. No sé si me perdí­ subiendo o bajando para llegar al piso o más bien me perdí­ después cuando fui a buscar algo que no recuerdo bien, tal vez una botella de agua, porque tení­a mucha, mucha sed. Subí­ por el ascensor y luego por el hueco del ascensor. El camino era bastante complicado, porque estaba todo lleno de escombros y a veces habí­a que meterse por las rendijas y volver a subir y volver a bajar por extraños túneles, y no habí­a manera de encontrar el camino. Sabí­a que allí­ habí­a muerto mucha gente y que estaba pisando sus huesos, pero ello no era particularmente inquietante.

Todos los huecos estaban llenos de gente que me saludaba, me trataba con mucha amabilidad y me indicaba la dirección y en un momento llegué a una azotea de varias terrazas iluminada por el sol y de geometrí­a más bien no euclidiana con verticales, desniveles, diagonales, antenas viejas de televisión y ropa tendida. Marí­a, como el resto de la gente, me guiaba con amabilidad levantando y moviendo paredes o escaleras, como si se tratara de cortinas y asomándose primero antes de enseñarme cada nuevo espacio. Me contaba que a veces no habí­a suelo porque no habí­a encontrado suficientes huesos humanos. El suelo era de cristal y los huesos estaban por debajo. Ella y todos los demás estaban bastante orgullosos del trabajo que habí­an hecho con el bloque, aunque se lamentaban, sonriendo, de lo poco agradecido que era el esfuerzo, por ser voluntario y no remunerado. Alguien me mostró ocho camas soldadas que formaban un suelo impenetrable y me explicaba lo bien que le habí­an quedado, aunque, claro, mucho trabajo para al final no cobrar ni un miserable euro.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Dionisio Aerofagita

Bomba nuclear

¿Qué le pasaba al perro que jugaba con el otro animal más pequeño y alargado? Yo sabía cuál era su pensamiento y entendía su jugada. Aquel perro había tenido una visión de futuro y había visto el cielo de un blanco mortecino, porque hoy mismo, a las cinco de la tarde, iba a estallar una bomba nuclear. Allí, en el salón de casa de mis abuelos no se estaba seguro, pero por alguna razón había seguridad franqueando la puerta, en el patio de casa de mis padres. El perro no había conseguido con sus esfuerzos que nos moviéramos hacia el lugar seguro, aunque algunas veces estábamos allí, por casualidad, era la casa la que se cambiaba, porque no andábamos mucho. En cualquier caso, el perro había perdido toda esperanza de salvarnos y se esforzaba en atraer hacia el patio al animal pequeño y alargado, fingiendo que jugaba y pegándole con el hocico. La gente me preguntaba y yo les explicaba lo que pensaba el perro, riéndome de su ocurrencia. Aunque yo creía que iba a estallar una bomba nuclear a las cinco de la tarde, no podía reconocerlo en público ni podía hacer nada, así que seguramente que moriríamos todos, lo que era francamente desagradable. De todas maneras, cuando dieron las cinco de la tarde estábamos en el patio, que se llenó de humo blanco azotado por el viento y el cielo estaba de un blanco mortecino, como en la visión del perro. Pero no se trataba de una bomba nuclear, sino de una gigantesca tormenta de arena, que se había colado en parte por las rendijas de la casa y se nos metía por las narices.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Porfirio

¿Qué hace esa hijaputa otra vez aquí­?  La fulana me habí­a estado amargando durante 5 años en el trabajo.  Dios le habí­a dado una capacidad ilimitada para manipular al personal, pero yo le vi la patita y la tení­a negra, adiviné su juego y el choque fue inevitable.  Cinco años manipulando a los que estaban a mi alrededor a base de adulación, algo a lo  que ningún miserable mortal se resiste.  Contra la soberbia, humildad.

A veces su autocontrol se desvanecí­a y asomaba durante unos segundos el horripilante rostro que se escondí­a detrás de la máscara de afabilidad.  Pocos lo vieron.  Y habí­a vuelto a joderme la vida.  Contemplé impotente como se adueñaba de cada una de las estancias, unas veces es el trabajo, otras una casa. Yo no podí­a hacer nada sin parecer mezquina.  Era tan, tan amable.

Otro escenario, sala con niños, ella está ahí­ con esa sonrisa pintarrajeada. A los niños los conozco.  Una niña dice que lleva puesto  un toldo.  Nos hace a todos mucha gracia, ¡UN TOLDO!, Ays… corazón, no se dice TOLDO, se dice COLDO.  Nos reí­mos todos. Toldo dice la niña, si es coldo.