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Iniciado por belzebu, Julio 07, 2007, 04:20:44 PM

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belzebu

No es la primera ni la trigésima vez que viajo sin querer. Sin querer hice la mochila e invadí­ carreteras y carreteruchas, porque odio las autopistas. Sin querer conduje hasta saciarme de vida. Sin querer mirar atrás fui cruzando rí­os, buscando aguas agitadas y ese frescor sempiterno y acogedor del norte. Y no la luz, no esa luz que ciega hasta enloquecerme, y que me obliga a ir con gafas de sol para no descubrir y atrapar los colores de los rayos UVA.

Al norte, me dije. Al norte.

Cuando viajas sin querer no preguntas, porque no buscas respuestas, y el norte es muy relativo. Tan relativo que Tierra del Fuego también está al norte -al norte de la Antártida-, como Tasmania, la Patagonia o el Estrecho de Magallanes; al norte de las Malvinas está Nueva Zelanda -palmo más, palmo menos-, y Ciudad del Cabo, al norte del Cabo de las Tormentas. Pero no, yo querí­a un norte más cercano y familiar - me atreverí­a a decir un norte de aldea -, y ante todo un norte refrescante, de los de toda la vida, y no ese sur que te anima a salir a la calle, y volver a casa a los dos minutos para restregarte el sudor bajo la ducha si no toca horario de restricciones.

Ya es otoño, me dije. Ya es otoño.

Me permití­ sonreí­r con sorna al cielo tórrido sureño que dejaba atrás, amenazante, y sin querer, siempre sin querer, evité los arenales y sucumbí­ a bosques y cascadas.

Las aguas del Duero, cegadoramente blancas, eran reflejo de un cielo ardiente al que, después de muchos kilómetros, dejé de sonreí­r por evitar lesiones en las pupilas.

Aún no estaba lo suficientemente al norte.

Quemaba la tierra en León, y en Oviedo pernocté refugiándome de un doloroso viento incandescente. En el sur debe de ser terrible, pensé. Son los últimos coletazos de la ola de calor, me dije. Mañana, el norte será norte. Sí­, mañana, o a más tardar, pasado mañana.

Amanece antes de tiempo en el exterior de un hotel norteño con el encanto del desierto, y los caminos que dibujan mil mosquitos derretidos en los cristales empiezan a hacerme perder el norte. Anuncian la que será la quinta o sexta ola de bochorno; esta vez sahariano, ¿o era subsahariano?

Aún no estaba lo suficientemente al norte.
Deberí­a ir al Cabo Ortegal.
El Norte con mayúsculas.

Ahora sí­ busco respuestas; pregunto, y me cuentan que el Miño cierra el paso a mi destino y que debo ir hasta Lugo para cruzarlo. ¿Hacia el sur entonces? Sí­, Lugo está hacia el sur, pero sigues estando en el norte, no lo olvides. Cómo olvidarlo; me lo recuerdan los pies sudados, el cabello grasiento, los labios abrasados, el polvo en la garganta y el monocromo de las gafas de sol.

A pocos kilómetros, hacia el sur, las encinas resecas recomiendan gastar un agua que no hay en centrales hidroeléctricas para producir aire acondicionado.

A casa, me dije. A casa. Porque podrí­a seguir hasta el Cabo Norte -norte elevado a la máxima potencia-, pero no llevo el pasaporte y seguirí­a estando al sur. Al sur del vací­o intergaláctico.

Pero sin querer, qué bien se duerme y se lee en las habitaciones de los hoteles del norte, tapado con sólo una sábana, y qué bien se come y se bebe incluso el agua del grifo, sin olvidar lo amable que es la gente, con esa sencillez ahora y perpetuamente calurosa: "Contigo vino el calor, majo"

Cuando logre desprenderme de la costra de polvo y cagadas de mosca que me reboza la piel, volveré, pero queriendo.