El problema de Ryan Adams es que alguien le dijo que tenía el más fértil talento como autor desde Dylan y el pobre se lo creyó. A mí con sus dos primeros discos llegó a gustarme hasta el punto de convertirme en una fan histérica. Especialmente el primero, Heartbreaker, a años luz de lo que grabó con Whiskeytown (que no eran malos), que es un disco para ponerse entero y seguir escuchando durante años. Además está plagado de canciones para hacerse arrumacos. El Gold no desmerecía mucho, aunque con el paso del tiempo uno se queda con unas cuantas canciones y las demás no las vuelve a poner en su vida. La cuestión es que con este disco quisieron vendernos al salvador del rock americano, con la circunstancia añadida de que el single New York, New York salió pocos días antes del 11-S, con lo que se convirtió en una especie de himno. Ahí al chico se le subió el asunto a la cabeza y llegó a la conclusión de que cualquier tonadilla que se le ocurriera era una genialidad digna de grabarse, y como un agonías se puso a sacar discos llenos de mierda. En poco más de un año sacó tres o cuatro, una cosa llena de descartes anteriores, las dos partes del Love Is Hell, del que tros no poder soportar la escucha completa de la primera pasé siquiera de comprar la segunda, y el Rock n Roll ese que hubiera sido más honesto titular Quiero Deglutir Pollas al Mismo Ritmo que Morrissey. Poco después con the Cardinals sacó un doble disco, nada menos, con una vuelta en teoría a lo campestre, pero que entre veinte canciónes llevará dos o tres dignas. Y luego en dos años me parece que editó otros tres. Lo mejor para todos sería que algún tutor le arreara un par de collejas de las de ponerte en tu sitio y se limitara a grabar un disco cada cinco años, como las personas.