Aprovechando las vacaciones y dado que en mi pueblo sólo hay monte y cuestas, me he dado al monte y a las cuestas, como un Javi cualquiera. Aprovechando que tengo unas Joma (ergo inmortales de necesidad) de trail viejas, pero con poco trote, pues a ello.
Pues la muerte en vida, eh.
Al final le cogí algo el truco y el último día me propuse hacer algo más de kilometraje, más o menos seis (que, adaptado a llano, tiene que ser al menos diez, porque 3 km de cuesta arriba constante son el horror).
Para redondear cogí el camino donde rondan los osos (presencia palpable por los truñacos repletos de huesos de cerezas que roban, los hijoputas), que da más sombra. Pero al final osos ni uno. Abejas cabreadas porque les están tangando la miel, sí, dos. Que dejaron constancia de su indignación en la cara interna de mi pobre gemelo. Y lo mejor es que entonces me di cuenta de que no podía volver por el mismo sitio si no quería acabar como el muñeco de Michelín, pero no a causa del chorizo y los tapeos gratuitos del santísimo noroeste, con lo que no me quedaba otra que rodear la montaña completa, con más de 350 metros de desnivel positivo y muchas piedras por el mismo precio.
Y nada, ocho kilómetros, al final hasta bajé rápido.
Te odio, Javi.