La cabeza de pato

Iniciado por Dionisio Aerofagita, Agosto 20, 2006, 12:05:03 AM

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Dionisio Aerofagita

LA CABEZA DE PATO

Señor Juez, intente comprenderme... No, claro, no me entiende... Seguro que a usted nunca le ha crecido en el cuello una cabeza de pato. De pollo sí­, tal vez, o de cerdo, o incluso de iguana, pero nunca de pato.

Nada de esto (me refiero a las otras cabezas) es comparable al suplicio de convivir con una cabeza de pato: las de pollo son educadas y bilingí¼es, y aprenden contabilidad... Sí­, contabilidad, lo que usted oye;
eso las hace muy útiles para todo el que pertenece al mundo de los negocios (yo pertenezco a ese mundo, ¿sabe?). Las de cerdo son bastante inútiles y hay que lavarlas periódicamente, pero al menos son respetuosas con los dueños de sus cuellos, y hacen un poco la pelota (a veces no es malo que te hagan un poco la pelota, ya que la autoestima es muy importante, más o menos). Las de iguana son extravagantes y se salen a veces de la decencia requerida para una cabeza en condiciones;
sin embargo son muy buenas consejeras en lo que a relaciones interpersonales se refiere (y ya sabe usted que en el mundo en el que nos movemos son cruciales las relaciones interpersonales, ¿o no?). Pero las de pato... ¡Ay las de pato! Sólo son impertinentes, incoherentes, independientes, intransigentes, indecentes, indolentes... Estoy seguro de que no reportan al usuario ninguna ventaja, ni económica, ni moral. Mas bien perjuicios. Eso sí­, muchos perjuicios.

Y es que tener una cabeza de pato no es lo mismo que tener un niño, o una niña. Usted lo sabe ¿Tiene usted niños, señor Juez? Entonces sabrá que los niños se encargan, y se reciben, y se educan, y se convierten en personas de provecho, y estudian Derecho. Sin embargo las cabezas no se encargan. Nadie le pidió que viniera. Incluso me lavaba casi siempre el cuello, no fuera a salirme ninguna cabeza (aunque una de pollo no me importarí­a). Por eso al principio pensé que era un grano muy gordo, pero con el paso del tiempo empezó a ser demasiado gordo para ser un grano muy gordo. Además, cuando me afeitaba, para estar más elegante, el grano muy gordo me miraba (eso parecí­a), y casi le dirí­a (pero no lo digo) que sonreí­a, pero con una sonrisa muy crí­tica (y entonces pensé que podí­a ser una cabeza de pato, que, como usted sabe, nunca se conforman con nada).

Mis sospechas se vieron horriblemente confirmadas cuando empecé a encontrarme plumas en mi almohada (no sabe usted, señor Juez, lo asqueroso que es encontrarse por la mañana, plumas de cabeza de pato);
y cuando le creció pico anaranjado, y sobre todo, cuando lo que habí­a sido sólo un grano muy gordo empezó a hablar en un dialecto barriobajero, y empezó a contestar. ¿Por qué esa maní­a por contestar?

No se puede decir que no me esforzara por educarla. Ya que no podí­a enseñarle contabilidad (lo cual hubiera sido muy útil, pero es materia vedada a las cabezas de pollo y a los contables), traté al menos de que aprendiera latí­n y griego para que mejorara su insultante lenguaje con muchas citas de autores clásicos, muchí­simas citas, y así­ nadie serí­a capaz de entenderle, y pensarí­an por tanto que para ser una cabeza de pato es casi respetable. Pues señor, no conseguí­ que modificara en lo más mí­nimo su insultante dialecto barriobajero. Y contestaba. Siempre contestaba (nunca entenderé esa maní­a).

Insistí­a, por ejemplo, en llamarse Mob. ¡Mob, Mob!, ¿Existe algún nombre más absurdo, más poco original, más estúpido que Mob? Yo la habí­a llamado Siete. Siete es un nombre hermoso, limpio, desprovisto de sentimentalismo barato;
y además es un nombre muy digno, incluso para una cabeza de pato. Pero nada, se tuvo que quedar en Mob. Insistí­a también en no dejarse bigote, por mucho que le explicara que un pico de pato sin bigote era absurdo, que no tení­a razón de ser;
por mucho que le dijera que un pico de pato sin bigote perjudicaba mi imagen pública. Pero a ella no le importaba mi imagen pública, porque tení­a ganas de fastidiar. (Todo esto lo digo, señor Juez, no con ánimo de criticar a mi cabeza de pato, sino para que usted me entienda. Intente entenderme, por favor).

Pero le estaba comentando 
a su señorí­a lo difí­cil que me resultó educarla. Todo lo que le enseñaba, lo hací­a al revés, la muy rebelde. Por ejemplo leí­a el Quijote de al revés (empezando por la última letra y acabando por la primera), por más que yo le decí­a que eso era un insulto a una figura mí­tica de la literatura universal, al genial (nunca me atreverí­a a dudar de su genialidad) Aristóteles. Leer de al revés -seguí­a yo riñéndole en vano- además estropeaba todo el suspense (pero claro, ni siquiera el suspense le importa a las cabezas de pato). Para colmo se reí­a con carcajadas de pato (le aseguro que son estremecedoras) cuando Sancho (según decí­a) confundí­a a los gigantes con los molinos de viento.
   
Y luego está el tema de los modales. No hay nada que aguante peor que los malos modales. Y mi cabeza de pato era ciertamente maleducada: fumaba siempre en el ascensor, y nunca después de las comidas... y las comidas, las comidas de negocios... eso era lo peor. Yo casi lloraba cuando veí­a a mi pata eructar en la cara del Señor Presidente (aunque era peor cuando bebí­a, a grandes sorbos, su café) y decir impertinencias a las damas cuyas manos yo besaba. Además ¿qué hay de mi imagen? (no sé si sabe, señorí­a, que la imagen es muy importante en un hombre de negocios);
pues bien, me era imposible acudir a los eventos apropiados para un hombre de mi clase, ya que no podí­a ponerme corbata. Mob se negaba a usar corbata, y como compartí­amos cuello, yo tení­a que resignarme, porque si no lo hací­a, Mob me mordí­a las uñas al colocarme la corbata, y esto, como usted sabe, es mucho peor (quizás a usted nunca le mordió las uñas una cabeza de pato, pero le aseguro que no quedan nada bien, por no decir ridí­culas).

Tanto esfuerzo para nada. ¿Usted piensa que hay derecho?... Bueno, usted estudió Derecho, igual que mis hijos. Me referí­a a si hay derecho del bueno. Me pregunto si usted harí­a lo mismo de crecerle en el cuello una cabeza de pato brutalmente subversiva, agresiva, corrosiva, explosiva, negativa... Usted podrá condenarme, tendrá que condenarme. Pero lo único que le pido es que me entienda. Entienda señor Juez que no podí­a vivir con ella, y por eso tuve que matarla.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.

Recolectando

Surrealista monólogo, Dioni, pero, aunque se intuye el final, creo que lo resuelves un tanto precipitadamente.  Quizás es que no se nota suficientemente el crescendo del delirio del metamorfoseado. Tiene imágenes muy buenas.


Dionisio Aerofagita

Cita de: Mon en Marzo 15, 2008, 01:58:34 AM
Surrealista monólogo, Dioni, pero, aunque se intuye el final, creo que lo resuelves un tanto precipitadamente.  Quizás es que no se nota suficientemente el crescendo del delirio del metamorfoseado. Tiene imágenes muy buenas.

Asias Mon. Le tengo un cierto cariño al relato porque es de esos que escribí­ "cuando era joven"; no es especialmente bueno, pero no me arrepiento de él (tampoco es que haya mejorado diez años después). Fue escrito casi inmediatamente después de leer la "carta a una señora en Parí­s" de Cortázar. El final es previsible más o menos desde "señor juez", pero creo que no intentaba sorprender a nadie, a pesar de las lovecraftianas cursivas; lo que si pretendí­a dejar justo para el final -aunque no tiene por qué suceder- es que el lector se preguntara entonces si verdaderamente el tipo se habí­a cargado a alguien en un brote psicótico o si la propia conversación con el juez es un delirio, o si simplemente es un mundo surrealista donde no hay que buscar ningún sentido a nada.

Es cierto que no se percibe ningún crescendo en el delirio (la cosa no se va poniendo peor, está ya rara desde el principio). No buscaba este crescendo porque no se me habí­a ocurrido, pero ahora se me ocurre que seguramente hubiera quedado mejor así­, subiendo la locura hasta llegar al final.
Que no sean muchas tus palabras, porque los sueños vienen de la multitud de ocupaciones y las palabras necias, de hablar demasiado.