Hoy ha sido un domingo triste.
Un domingo como tantos otros en mi vida, frente a los cuales suelo sentirme melancólico y apesadumbrado; me es inevitable tender a la nostalgia, sumergirme entre recuerdos y añoranzas.
Sentado frente a mi ventana, con una novela entre mis manos… recuerdo fragmentos del pasado, rememoro el retozar de mis primeros encuentros con m* entre miradas insolentes y palabras cortantes que buscaban desarmar al otro por la vía de la más sutil y firme de las elegantes confrontaciones; recuerdo a j* con su derroche de simpatía, a la sombra de los mil disfraces, conciente de su belleza y silente en sus movimientos, dispuetos al juego de la seducción.
Sentado frente a mi ventana y con los ojos cerrados… siento la nostalgia del delicado toque que rompió partes de mi inocencia y con el cual aprendí a degustar de un sentido del tacto más depurado y carnal, en donde aprendí que el sabor salado del sudor varía de acuerdo al humor los cuerpos, que el corazón aunque en todos late, se puede escuchar como una música diferente en cada pecho.