Me encanta el vodevil Mainat.
Lo tiene todo: el “jovencito” Frankenstein se enamora de una prostituta veinteañera. Ella, por supuesto, también. Él, cual Berlusconi en fase de enmienda capilar, se retoca un poquillo. Importa el alma joven, no unas cifras en el D.N.I.
Me da que a Mainat le incomodarían preguntas sobre el local en que se conocieron. Le pagó los estudios por redimirla. Mucho más glamuroso: «Mi esposa, la doctora Angela».
Tonta no es la tal Angela, utilizó bien los apuntes. El plan se le jodió por las videocámaras.
Y luego ya toda la fauna siguiente.
Seguirá...